Agradecer es una actitud que atrae simpatía.
Agradecer es de personas educadas
“Es de bien nacidos ser agradecidos”, diría un amigo mío. Y viéndolo
bien, el dicho tiene mucha razón: agradecer es una actitud que atrae la
simpatía de aquellos que nos han hecho un bien y de esta manera son reconocidos
por nosotros, pero también es signo de empatía, nos ponemos en el lugar de los
demás y demostramos que somos conscientes del esfuerzo que han hecho para
agradarnos.
En mi familia, todos los mayores tenían la costumbre de enseñar a los niños
a agradecer. Después de que el pequeño obtenía lo solicitado, una voz
desbordante de autoridad demandaba: “¿Cómo se dice?”, una frase que fuimos
aprendiendo conforme crecemos, con su consabida respuesta: “gracias mamá” o
“gracias abuelito”, según el caso y que ahora nosotros aplicamos a nuestros
pequeños. ¿Por qué insistimos en que los infantes agradezcan? Porque es parte
fundamental de la educación recibida en el seno familiar y en ella se ven
involucrados todos los parientes, un comportamiento muy común en nuestro país.
Pero, además, significa un acto de justicia: dar a cada quien lo que
merece.Pienso en una situación muy simple: todos en la vida hemos recibido
alguna invitación a una fiesta, y, no importando la sencillez o el lujo del
festejo, podemos darnos cuenta del gasto hecho por el anfitrión, quien se ha
esmerado en atender a sus convidados del mejor modo posible con tal de hacerlos
sentir cómodos. Imaginemos que después de comer, beber, bailar y pasar
una tarde agradable, los invitados se retiraran al mismo tiempo sin despedirse
del homenajeado. ¿Qué pasará por la cabeza de quien así se ha afanado para que
la gente estuviera a gusto? Por supuesto que se sentiría decepcionado y querría
nunca haber organizado nada para personas tan ingratas y desconsideradas.
Caso contrario, supongamos que declina la fiesta y todos se van
despidiendo y dando las gracias al festejado, que, por supuesto, se siente
satisfecho y contento por el éxito de su evento. Qué diferencia, ¿verdad?
Pues por elemental que parezca, se está olvidando esta básica regla de
urbanidad. A veces encontramos individuos que se imaginan que, por el
hecho de existir, merecen todo en la vida, dándose ínfulas de grandes señores o
señoras. Se les olvida que hace mucho superamos la época de la esclavitud
y que todos somos iguales, seres humanos con derechos y obligaciones que
desempeñamos distintos roles, oficios y profesiones, pero que necesitamos unos
de otros para subsistir. Recuerdo que en un curso el ponente decía: todos
tenemos que comer para vivir, pero no todos nos dedicamos a trabajar en el
campo, sin embargo, si no hubiera quien lo hiciera no llegaría el alimento a
nuestras mesas.
Y así, podemos hablar de muchos otros servicios y de gente como nosotros
que se dedica a ellos: el que nos atiende en el restaurante, el que limpiavidrios, quien bolea zapatos, el que lava coches, la persona que ayuda a las
labores de la casa y que en incontables ocasiones se convierte en miembro
indispensable del hogar, el que barre las calles, el que está detrás de un
mostrador, en fin, todos, seres humanos que merecen nuestro respeto y
consideración y, por lo tanto, nuestro agradecimiento, no sólo porque sin ellos
tendríamos nosotros que convertirnos en todólogos, sino porque son personas que
realizan un trabajo para bien de su comunidad.
Pero también volteemos a ver a nuestras propias familias, ¿agradecemos a
nuestros padres por haberse desgastado para hacernos hombres y mujeres de
bien?, ¿los apoyamos en su vejez?, ¿los tratamos con paciencia y amor? Recuerdo una anécdota respecto a la gratitud hacia los padres y el buen
ejemplo que siempre hay que dar a los niños: un hombre había llevado a su padre
a vivir a su casa. Como ya era anciano, había perdido muchas habilidades
y se había vuelto torpe. Ya era molesto, por eso lo exiliaron a una mesa aparte
para no verlo comer. Y para evitar que rompiera más platos, el hombre decidió
darle un tazón de madera. Su pequeño hijo, que había observado el
proceder de su padre con el abuelo, un día se pone a jugar con unos trozos de
madera; el hombre, extrañado, le preguntó qué era lo que hacía “voy a hacer un
tazón de madera para que tú comas seas viejo”. Por supuesto, aquél
hombre, arrepentido, pide a su propio padre que vuelva a sentarse con ellos a
la mesa.
Agradezcamos a todos con palabras y actitudes lo que hacen por nosotros, y
a Dios porque cada día nos brinda una nueva oportunidad para ser agradecidos.
Por: Mónica Muñoz | Fuente: Catholic.Net
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