Es muy dulce comulgar de deseo: sólo entonces se
depende de Jesús, de su Misericordia y de su Gracia.
La Hostia Consagrada es el Cuerpo verdadero y la
Sangre verdadera de Cristo, querido lector. Supongo que lo sabe bien… Yo no lo
creía, hasta que un día vi como un pobre poseído se enfureció brutalmente ante
el Santísimo expuesto en una custodia. Ahí se me abrieron los ojos, los oídos y
todo lo demás… Fue una espantosa experiencia, pero le aseguro que aprendí más
presenciándola que si hubiera hecho mil tesis en teología. El demonio existe y
reconoce a Jesús en un trozo de pan. love, lo teme… Y le espanta.
Jesús está
vivo: lo está en un trocito de pan consagrado y es El mismo que andaba por
Galilea, sin diferencia alguna. Es entonces
triste no poder comulgar… ¿Quién es digno de recibir a todo un Dios en su boca?
Nadie. Sólo los santos lo son… Y a pesar de ello, los demás comulgamos. Yo la
primera. A mí me sostiene la Confesión. ¿Qué haría sin ella? Y aun así me
siento indigna de comulgar. Felices las almas que tienen la alegría de comulgar
todos los días con la conciencia tranquila...
Los
divorciados católicos vueltos a casar sufren por no poder comulgar y son muchas
las amistades que se me quejan por ello. "Nuestra religión es cruel con
nosotros", me dicen. Pero eso es
falso, querido lector: la Iglesia no es cruel con los divorciados. No lo es con
nadie: nos ama, protege y enseña como una Madre que conoce a Dios. Y por eso
nos da un regalo abismal del que se habla poco: la Comunión Espiritual.
¿Sabía que durante siglos no se comulgaba en los
conventos más que una o dos veces al año? ¿Sabía que, hasta principios del
siglo XX en miles de comarcas, pueblos y hasta ciudades, se permitía comulgar
tan sólo una vez por semana? Así era… Y la gente, profundamente creyente,
comulgaba espiritualmente y se llenaba de Dios.
Son muchas
las veces que lo he hecho yo así. Es muy dulce comulgar de deseo: sólo entonces
se depende de Jesús, de su Misericordia y de su Gracia. A veces, en mis viajes
por Asia era para mí imposible comulgar en semanas -zonas hinduistas-, lo que
me entristecía profundamente. Entonces lo hacía espiritualmente. Si no hubiera
conocido este regalazo que nos ofrece la Iglesia católica, (La Comunión
Espiritual), no hubiera podido sobrevivir a muchos acontecimientos con paz...
Un día,
orando ante el Santísimo, tuve conocimiento de la inmensa dulzura que es la Comunión
Espiritual… Sentí que el Corazón de Jesús se unía al mío. Desde entonces para
mí toda ciencia teológica es el amor y la unión de mi alma con Dios por
Jesucristo. Ahí está mi Todo, y no deseo saber más.
Por favor,
corra hacia la Comunión, ya sea en la boca o espiritualmente. Vuele hacia Ella.
Ahora ya le he contado que la Comunión Espiritual es muy poderosa también… Y es
para gentes hermosas a los ojos de Dios, como los divorciados vueltos a casar. Nunca
olvide que la Iglesia es un hospital de pecadores, no una casa de santos.
Los tres pasos de la
comunión espiritual.
El concepto
es sencillo: comulgar espiritualmente consiste en desear comulgar
sacramentalmente, alimentando ese deseo con los mismos afectos y
determinaciones con que nos preparamos a hacerlo en la misa.
Pero una
idea tan simple envuelve un misterio infinito, sobre el que llamó la atención
Santo Tomás de Aquino en la Summa Theologica: "Comer espiritualmente a
Cristo es también recibir espiritualmente el sacramento". Es decir, que
puede producir los mismos frutos, aunque no ex opere operato (por la misma
fuerza del sacramento) sino ex opere operantis (según las disposiciones del
fiel).
De ahí que
el Concilio de Trento la recomendara en tiempos en que la negación luterana de
la transustanciación había enfriado o extirpado la devoción eucarística.
Asimismo,
lo hicieron San Francisco de Sales y San Alfonso María de Ligorio, dos grandes
maestros de la vida moral, cuando los estragos de la Reforma, primero, y la
fiebre de la desviación jansenista con su rigorismo extremo, después, alejaban
a los cristianos de su alimento natural.
No está
prescrita ninguna oración específica, pero sí son precisos tres pasos.
Primero, un
acto de fe en la presencia real de Cristo bajo las especies eucarísticas.
Segundo, el deseo de tomarlo sacramentalmente y unirse en intimidad con Él. Y
tercero, la petición de alcanzar las mismas gracias que si nos la diera el
sacerdote.
Si se
cumplen estos requisitos, pueden ganarse las indulgencias que la Iglesia otorga
a quienes practican esta devoción, aunque es requisito para esto último, como
es obvio, el estado de gracia.
Y con la
frecuencia que se desee: "Cualquier devoto puede cada día y cada hora
comulgar espiritualmente con fruto" si tiene "buena voluntad y devota
intención" de hacerlo sacramentalmente, dice Tomás de Kempis en la
Imitación de Cristo.
Tres milagros de la
comunión espiritual
A veces
Dios la premia con el aviso del Sermón de la Montaña ("¿Quién de vosotros,
si un hijo le pide pan, le dará una piedra?") y se obra el milagro de la
administración sobrenatural de la Eucaristía.
San
Buenaventura, ya agónico, sufría continuos vómitos y no podía soportar la
Sagrada Hostia. En el lecho de muerte, pidió tenerla junto al pecho para hacer
una última comunión espiritual. Fue entonces cuando, a la vista de los hermanos
presentes, un ángel extrajo una partícula del copón y la introdujo en el
corazón del moribundo.
Para otros
el regalo ha sido aún mayor.
El Jueves
Santo de 1250, dos fervorosos franciscanos de Gaeta (Italia) se preparaban para
comulgar en los oficios, cuando el superior les envió a limosnear pan. Al
regresar al convento, el sacramento ya había sido administrado.
Así que se
arrodillaron ante el altar para hacer una comunión espiritual: "La
obediencia", protestaban ante el sagrario, "nos ha privado del
consuelo de recibiros; no nos privéis, al menos, de vuestra divina
bendición".
Hubo algo
más que eso. A los pocos instantes el mismo Jesús salió del monumento: "Yo
soy el Salvador a quien invocáis, he escuchado vuestros deseos y voy a
satisfacerlos". Y les dio de comulgar, además de dejar en el pavimento del
altar las huellas de sus pies, todavía hoy objeto de veneración.
O está el
caso que refiere el capuchino Fray Ambrosio de Valencina (1859-1914) sobre una
niña, Rosalía, cuya santidad intrigaba a su amiga Conchita.
Un día la
sorprendió en su habitación, de rodillas ante el Sagrado Corazón, con el rostro
encendido y "como fuera de sí". "Estoy comulgando", le
dijo, y le explicó que se trataba de "la comunión espiritual, para estar
más estrechamente unida con Jesucristo deseando ardientemente recibirle y
tenerlo en el corazón". Rosalía confesó a su amiga que todas las noches se
acostaba deseando amanecer en el cielo.
Aquel verano, Rosalía se despertó con el Sol una
mañana y consagró el primer instante, como hacía siempre, a su devoción
favorita. Su ángel de la guarda, a quien Jesucristo había ordenado llevarla ese
día al Paraíso, aprovechó tal ímpetu de amor divino para cumplir el mandato.
Fórmula de San Alfonso María de Ligorio para la Comunión Espiritual.
Creo, Jesús mío, que estáis realmente
presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
Os amo sobre todas las cosas y deseo recibiros en mi alma.
Pero como ahora no puedo recibiros sacramentado,
venid a lo menos espiritualmente a mi corazón.
(Pausa
en silencio para adoración)
Como si ya os hubiese recibido,
os abrazo y me uno todo a Vos.
No permitáis, Señor, que jamás me separe de Vos. Amén.
Por: María Vallejo-Nájera y Carmelo López-Arias
No hay comentarios.:
Publicar un comentario