Aconsejar es una de las actividades humanas más hermosas Damos un consejo
cuando creemos que podemos ayudar a otro. Pedimos y recibimos un consejo
cuando notamos la necesidad de más luz antes de tomar ciertas decisiones.
Aconsejar es una de las actividades humanas más hermosas.
Muestra que vivimos en mutua dependencia, y da cauce a ese deseo tan rico que
tenemos de compartir lo que pensamos pueda servir a los demás. No
siempre es fácil dar con un buen consejero. A
veces nos fiamos de alguien que parece un conocedor y luego desvela su poca
competencia a la hora de responder a nuestras preguntas. Tampoco
es fácil dar consejos. Quizá porque no nos sentimos preparados, o porque
tenemos miedo a equivocarnos, o porque el otro no nos interpela, o simplemente
para no meternos en problemas. A pesar de las
dificultades, millones de seres humanos piden y reciben consejos, mientras otros
millones los ofrecen. De ese modo, se muestra una rica solidaridad en
la búsqueda del saber que nos permita caminar juntos hacia la verdad.
Después de los
consejos dados y recibidos, ciertamente, cada uno asume sus propias
responsabilidades. Nunca un consejo puede convertirse en excusa para una acción
peligrosa, como si todo fuera imputable al consejero. Pero con
los riesgos propios de toda actividad humana, la historia de cada uno, la de
ciudades e incluso la de las naciones enteras, sigue adelante con consejeros.
Consejeros que, esperamos, ofrezcan luz y ayuda antes de tomar decisiones que
pueden ser claves para la vida presente y para nuestro caminar hacia el
encuentro eterno y definitivo con Dios.
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