jueves, 6 de diciembre de 2018

Los hijos berrinchudos serán adultos infelices.


¿Consentir en todo a nuestros hijos? La vida se va rápidamente, sin embargo, los años que nos toquen vivir deben ser aprovechados al máximo, porque el ser humano ha sido creado para trascender, es cierto que algunos han dejado huella a nivel mundial por sus notables acciones, como los santos o los héroes o hasta por sus escándalos, como algunos artistas que han tenido la desgracia de fallecer jóvenes debido a su adicción a las drogas; pero hay otros que lo hecho de forma discreta y silenciosa, pienso en la gente que se dedica diariamente a trabajar y cumplir puntualmente con sus responsabilidades para con su familia, su patria, su comunidad y su Señor Dios. Así pues, todos de algún modo tenemos la oportunidad de marcar la diferencia en el sitio en el que nos desenvolvemos y con la gente con la que nos relacionamos a diario.

Esto me lleva a pensar en una de las maneras más bellas y aparentemente sencillas de permanecer: tener un hijo.  Los pueblos antiguos así lo creían y sin ir tan lejos, todavía en el siglo pasado, las familias numerosas se consideraban una bendición, no como ahora, que quien se atreve a tener tres o hasta cuatro hijos es visto como bicho raro.  Basta recordar cómo eran las fiestas, sobre todo las de la época navideña: posadas multitudinarias y cenas de Nochebuena en la que se reunían los hijos con sus respectivas familias, llenando la casa de los abuelos para pasar momentos memorables. Poco a poco la mentalidad se ha modificado y ahora son pocas las familias que tienen la fortuna de reunir a muchos miembros, y menos porque los jóvenes ya no quieren comprometerse en matrimonio. Prefieren vivir juntos y comprarse una mascota.   
Lo cierto es que estamos frente a un fenómeno cada vez más común que tiene raíces en la infancia.  Los especialistas en el tema aseguran que los primeros años son vitales en el aprendizaje de los pequeños. Ahí aprenden a distinguir su sexo, entendiendo que niños y niñas son distintos.  Es en esa etapa en la que también son más vulnerables y requieren de disciplina y amor, cada uno en la misma medida.  Porque es necesario recordar que el menor no tiene aún la capacidad de discernimiento, se da cuenta perfectamente de sus actitudes o la de sus padres, pero no vislumbra si son buenas, malas o si tendrán alguna consecuencia de gravedad. 
Dependen absolutamente de lo que papá o mamá les enseñen.  Lo que rige en su conducta es el instinto y el sentimiento, por eso hay que ponerles límites.  De otra manera, crecerán confundidos y se convertirán en tiranos, porque de pequeños se les permitió hacer lo que les vino en gana. Basta con echar un ojo a los videos que cunden en las redes sociales en donde aparecen padres y madres golpeados por sus hijos, que, no sabiendo controlar su carácter, desquitan su frustración con objetos y personas, un comportamiento que se ha salido de las manos de los progenitores porque en su momento no aplicaron un correctivo. Y no me refiero a golpearlos, aunque la gente de mi generación creció con algunas nalgadas cuando cometíamos una travesura y no estamos traumados, sino a llamarles la atención con firmeza y dejarles en claro que responder con agresividad no es correcto, tomarlos de los brazos y calmarlos, no seguirles el juego ni ceder ante sus caprichos y exigencias, porque es seguro que cuando sean jóvenes y quieran actuar de la misma manera, comenzarán las frustraciones e injusticias.

Un hijo que no recibe corrección crece suponiendo que toda la gente tiene la obligación de ceder a sus deseos y cuando eso no sucede, reacciona con enojo, grita y ofende, actitudes que lo alejan del resto de las personas y que con el tiempo terminarán dejándolo solo para no lidiar con él. Porque es obvio que la paciencia, la cordura, la comprensión, el manejo de las emociones, el aprendizaje ante los fracasos, el perdón, la humildad y demás valores, deben cultivarse en el seno familiar.  Esa es la tarea de los padres de familia, y por supuesto, debe predicarse con el ejemplo. Por eso, antes de consentir el mal comportamiento de los hijos, pensemos en que quizá les haremos un daño permanente, no permitamos que eso ocurra, es mejor que lloren un poco por no conseguir lo que desean pero que aprendan que las cosas se obtienen con esfuerzo, empeño y dedicación.  Sólo así les aseguraremos un futuro feliz.



catholic.net

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