¿Consentir
en todo a nuestros hijos? La vida se va
rápidamente, sin embargo, los años que nos toquen vivir deben ser aprovechados
al máximo, porque el ser humano ha sido creado para trascender, es cierto que
algunos han dejado huella a nivel mundial por sus notables acciones, como los
santos o los héroes o hasta por sus escándalos, como algunos artistas que han
tenido la desgracia de fallecer jóvenes debido a su adicción a las drogas; pero
hay otros que lo hecho de forma discreta y silenciosa, pienso en la gente que
se dedica diariamente a trabajar y cumplir puntualmente con sus
responsabilidades para con su familia, su patria, su comunidad y su Señor Dios.
Así pues, todos de algún modo tenemos la
oportunidad de marcar la diferencia en el sitio en el que nos desenvolvemos y
con la gente con la que nos relacionamos a diario.
Esto me lleva a pensar
en una de las maneras más bellas y aparentemente sencillas de permanecer: tener
un hijo. Los pueblos antiguos así lo creían y sin ir tan lejos, todavía
en el siglo pasado, las familias numerosas se consideraban una bendición, no
como ahora, que quien se atreve a tener tres o hasta cuatro hijos es visto como
bicho raro. Basta recordar cómo eran las fiestas, sobre todo las de la
época navideña: posadas multitudinarias y cenas de Nochebuena en la que se
reunían los hijos con sus respectivas familias, llenando la casa de los abuelos
para pasar momentos memorables. Poco a poco la mentalidad se ha
modificado y ahora son pocas las familias que tienen la fortuna de reunir a
muchos miembros, y menos porque los jóvenes ya no quieren comprometerse en
matrimonio. Prefieren vivir juntos y comprarse una mascota.
Lo cierto es que
estamos frente a un fenómeno cada vez más común que tiene raíces en la
infancia. Los especialistas en el tema aseguran que los
primeros años son vitales en el aprendizaje de los pequeños. Ahí aprenden a
distinguir su sexo, entendiendo que niños y niñas son distintos. Es en
esa etapa en la que también son más vulnerables y requieren de disciplina y
amor, cada uno en la misma medida. Porque es necesario recordar que el
menor no tiene aún la capacidad de discernimiento, se da cuenta perfectamente
de sus actitudes o la de sus padres, pero no vislumbra si son buenas, malas o
si tendrán alguna consecuencia de gravedad.
Dependen absolutamente
de lo que papá o mamá les enseñen. Lo que rige en su conducta es el
instinto y el sentimiento, por eso hay que ponerles límites. De otra
manera, crecerán confundidos y se convertirán en tiranos, porque de pequeños se
les permitió hacer lo que les vino en gana. Basta con echar un ojo a los
videos que cunden en las redes sociales en donde aparecen padres y madres
golpeados por sus hijos, que, no sabiendo controlar su carácter, desquitan su
frustración con objetos y personas, un comportamiento que se ha salido de las
manos de los progenitores porque en su momento no aplicaron un correctivo.
Y no me refiero a golpearlos, aunque la gente de mi generación creció con
algunas nalgadas cuando cometíamos una travesura y no estamos traumados, sino a
llamarles la atención con firmeza y dejarles en claro que responder con
agresividad no es correcto, tomarlos de los brazos y calmarlos, no seguirles el
juego ni ceder ante sus caprichos y exigencias, porque es seguro que cuando
sean jóvenes y quieran actuar de la misma manera, comenzarán las frustraciones
e injusticias.
Un hijo que no recibe corrección crece
suponiendo que toda la gente tiene la obligación de ceder a sus deseos y cuando
eso no sucede, reacciona con enojo, grita y ofende, actitudes que lo alejan del
resto de las personas y que con el tiempo terminarán dejándolo solo
para no lidiar con él. Porque es obvio que la paciencia, la cordura, la
comprensión, el manejo de las emociones, el aprendizaje ante los fracasos, el
perdón, la humildad y demás valores, deben cultivarse en el seno
familiar. Esa es la tarea de los
padres de familia, y por supuesto, debe predicarse con el ejemplo.
Por eso, antes de consentir el mal
comportamiento de los hijos, pensemos en que quizá les haremos un daño
permanente, no permitamos que eso ocurra, es mejor que
lloren un poco por no conseguir lo que desean pero que aprendan que las cosas
se obtienen con esfuerzo, empeño y dedicación. Sólo así les aseguraremos
un futuro feliz.
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