¿Existen
las relaciones consumistas? Es cada vez más frecuente percibir como
los valores propios del mundo de la técnica y de la economía se han trasladado
a otros ámbitos de la vida y de la cultura, o directamente los han colonizado.
¿A qué me refiero con esta preocupación? Que las palabras no son inocentes y
que detrás de cada expresión representamos un modo de ver el mundo, a los demás
y a nosotros mismos.
Muchos
alegremente se entusiasman jugando con las palabras y terminan por reducir las
relaciones humanas a meras transacciones comerciales. Un ejemplo de ello son
expresiones como: “Dejé a mi novia porque no me era productiva la relación” o
“En la amistad hay que evaluar costos y beneficios”, etc. ¿Es así? ¿Una
relación basada en el amor debe evaluarse por si es “productiva”?
Cuando
se habla de las demás personas como si fueran cosas, productos, recursos
humanos, capital humano, no se está haciendo otra cosa que transformar la
concepción que tenemos de las personas y de su valor. Muchos ataques a la
dignidad humana que nos escandalizan a diario se sostienen por una concepción
de las personas que las ha reducido a objetos de uso.
La
raíz de la soledad
Cuando
sin reparar críticamente en ello, nos acostumbramos a tratar a los demás como
bienes de consumo, como cosas que pueden tomarse para sí o descartarse sin
piedad. Volvemos al otro un simple medio, un instrumento para alcanzar nuestros
intereses, sin importar lo que sucede con él.
Esta
lógica pervierte las relaciones humanas desde su raíz y además se nos vuelve
hacia nosotros, cuando los demás nos hacen lo mismo. Y así crece la
desconfianza, la baja autoestima, en ambientes donde el otro no vale por ser
persona, sino por “lo que puede producir”.
Cuando
se piensa de esta manera, progresivamente las personas se encierran en sí
mismas, defendiéndose de todo y de todos, repitiendo el círculo vicioso de
“usar y tirar”. El narcisismo posmoderno
empuja a la autorreferencialidad, al mundo de la “selfie”, a la hipertrofia
del yo, donde los demás son solo parte del decorado de un gran ego, sumamente
frágil e incapaz de olvidarse de sí para mirar la necesidad del otro.
Claramente no todo el mundo es así, pero es una pauta cultural que ha
colonizado la vida de muchas personas hasta el punto de volverse “lo normal”.
La
sospecha sobre el amor
El
amor no sirve para nada, no es útil. Si lo vuelvo útil ya no es amor. Porque
cuando alguien dice “amar me hace bien”, ya se olvidó de la persona amada para
evaluar los resultados positivos sobre sí mismo. Sin embargo, que algo no sea
“útil”, no lo hace menos importante. Porque solo si amamos y somos
amados podemos ser felices. El amor es lo más importante en la vida de
las personas, pero no es algo que pueda valorarse por su utilidad.
El amor es
un escándalo en el mundo de hoy, porque solo existe si es gratuito, si
es a cambio de nada. Muchas personas se ven sorprendidas cuando alguien
tiene un gesto gratuito con ellos, incluso sospechan que debe haber una
intención oculta o un interés disimulado. Y es que creer que puedo ser amado
gratuitamente sigue siendo algo asombroso.
Incluso
cuando hay una persona que realiza grandes obras de caridad o es un testimonio
por su entrega generosa, se le busca por todas partes “su lado oculto”, para
volver a convencernos de que tal vez el amor no exista en realidad.
Este escepticismo ante la bondad humana lo vemos en muchos informes
periodísticos, como una suerte de pesimismo
antropológicoque descree de todo acto gratuito.
Sin embargo el testimonio
de actos de amor gratuito en la vida cotidiana es aplastante, aunque no tiene mucha
publicidad. Suelen ser noticias las cosas que nos desagradan en las relaciones
familiares o de pareja, pero no salen en los noticieros los millones de seres
humanos que dan su vida cotidianamente por los que aman. ¡Cuánto bien haríamos si
diéramos a conocer las incontables historias de amor y fidelidad, de
generosidad y compromiso, de tantos esposos y esposas, padres e hijos, abuelos
y nietos, hermanos y amigos que son héroes anónimos todos los días!
Una
sutil pero gran diferencia
Hay
una gran diferencia entre amar a otra persona y amar lo que obtenemos de ella.
No siempre somos conscientes de ello, porque es muy sutil y nos autoengañamos
facilmente. No es lo mismo buscar a alguien por sí mismo que buscarlo por la
experiencia que obtengo de esa persona o por lo que recibo de ella.
“¿Buscamos
a la persona que amamos en lo que tiene de único, en sus sentimientos, deseos,
aspiraciones y ser? ¿O buscamos la experiencia de esa persona? ¿Buscamos
a la persona que apreciamos o buscamos simplemente la presencia con la que
disfrutamos? Una cosa es estar pendiente del bienestar de otra
persona, y otra cosa tratar de huir de la soledad personal. Desde el momento en
que nuestra atención se desliza de la otra persona, para centrarse en nuestra
experiencia de ella, desde ese momento ya está muerto el corazón del encuentro
amoroso”. (P. Van Breemen)
San
Agustín llamaba a esta experiencia amabam
amare (amaba amar).
Sólo en su conversión se abrieron sus ojos y pudo ver la frivolidad de lo que
él había llamado “amor”. Buscar la experiencia por la experiencia es buscarse a
sí mismo. Muchas relaciones humanas se rompen porque hemos olvidado que en el
amor el otro es un fin en sí mismo y no un medio para nuestros satisfacer
nuestros deseos.
La clave para construir relaciones auténticas,
profundas y sólidas, está en amar en serio, en ver al otro en su ser único e
irrepetible, en su dignidad y valor. Solo así es posible respetar al otro y no
reducirlo a un simple objeto de consumo.
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