La oración también es un medio para dar
consuelo a los que quedan.
En los velorios hemos de
preocuparnos de actuar con sentido común y, quienes tenemos fe en Dios, también
con sentido sobrenatural. Cuando se habla de sentido común
nos referimos a que debemos ser prudentes con los dolientes. La prudencia
invita a dar consuelo de palabra y de obra. Y más que las palabras lo más
importante es transmitir compañía en algo que todos conocen pero que
resulta difícil asumir y describir. Un corazón cuando está de luto tiene que
ser ungido con el aceite de la caridad. En definitiva, hemos de procurar
transmitir la empatía que nos permite sufrir con ellos. El sentido sobrenatural se refiere
a que quienes tenemos fe, sabemos que Dios escucha las oraciones por los
difuntos. En este sentido, los cristianos están llamado a la esperanza y
por esto la acción más apropiada en relación con los que mueren es la oración,
en estos casos de manera especial la oración que va desde el momento de la
muerte hasta el entierro.
La oración también es un
medio para dar consuelo a los que quedan y, de paso, ofrecer un verdadero
acompañamiento. El día anterior, antes de la misa
exequial, qué oportuno resulta rezar ya sea en la casa del difunto o en la sala
de velación. Y aunque probablemente
la falta de práctica en la oración pudiera, por ejemplo, hacer pensar a alguien
“¿pero qué oración conviene rezar?”, la respuesta es sencilla: las oraciones
que se sepan, con máxima libertad. Cualquier oración, incluso las oraciones
espontáneas tienen valor para Dios. En estas circunstancias, aparte de
la participación activa como miembros del pueblo de Dios, las personas más
experimentadas en la oración o más conocedoras de la misma, pueden desempeñar
un papel importante para el correcto desarrollo de la oración comunitaria.
En ausencia del ministro ordenado,
las oraciones en la casa del difunto y en el cementerio deben ser dirigidas por
laicos. Alguno de los allegados al difunto también puede dirigir, en el
cementerio, algunas palabras de despedida a los asistentes. Una de las oraciones que se pueden
hacer se llama responso. Un responso es una oración dialogada en sufragio por
el difunto. No hay que confundir un responso con una misa por el difunto, misa
que se puede celebrar antes del funeral. Todo responso es sin misa.
Otras oraciones que se pueden hacer
son el Santo Rosario (intercalando alguna jaculatoria a favor de la persona
difunta) y la Liturgia de las Horas (el Oficio de los Difuntos). Ahora bien, el hecho de
que se haga una vigilia de oración en casa o en la sala de velación, donde se
haya preparado la capilla ardiente, no excluye, si se quiere, la posibilidad de
tener también momentos en los que se pueda rendir un “homenaje” (algunas palabras
de elogio, exhibición de fotos, videos,…) a la persona difunta, realizar algún
canto no litúrgico en su honor y finalmente unas palabras de agradecimiento a
las personas que se han hecho presentes (cosas que hay que evitar en la
iglesia). Ambas acciones no hay que
fusionarlas, sino que es mejor distanciarlas, sin importar el orden de las
mismas.
A continuación, presento un modelo
de responso que, vista la escasez de sacerdotes, está pensado para ser dirigido
por fieles laicos. (La letra A/ significa “Animador”
(el que dirígela celebración). T/ significa “Todos”. L/ significa “Lector”. R/.
Respuesta. N. es para decir el nombre del difunto).
A/. Bendigamos al Señor que, por la
resurrección de su Hijo, nos ha hecho nacer para una esperanza viva, por Cristo
Nuestro Señor.
A/. Aunque el dolor por la pérdida
de un ser querido llena de pena nuestros corazones, avivemos en nosotros la
llama de la fe, para que la esperanza que Cristo ha hecho nacer en nosotros
dirija ahora nuestra oración para encomendar a nuestro(a) hermano(a) N. en las
manos del Señor, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo. Señor, escucha en tu bondad nuestras súplicas
ahora que imploramos tu misericordia por tu siervo(a) N., a quien has llamado
de este mundo: dígnate llevarlo(a) al lugar de la luz y de la paz, para que
tenga parte en la asamblea de tus santos. Por Jesucristo nuestro Señor. L/. Lectura del libro de la Sabiduría (3,
1-6.9)
“La vida de los justos está en manos de Dios
y no los tocará el tormento. La gente insensata pensaba que morían, consideraba
su tránsito como una desgracia y su partida de entre nosotros como una
destrucción; pero ellos están en paz. La gente pensaba que cumplían una pena,
pero ellos tenían total esperanza en la inmortalidad; sufrieron pequeños castigos,
recibirán grandes favores, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de
sí; los probó como el oro en el crisol, los recibió como sacrificio de ofrenda.
Los que confían en Él comprenderán la verdad, los fieles a su amor seguirán a
su lado; porque Dios ama a sus devotos, se apiada de ellos y mira por sus
elegidos”. Palabra de Dios.
(Se canta o se recita el salmo 129 con la
respuesta que se propone). R/.: Mi alma espera en el señor, espera en su
palabra.
L/. Lectura de la carta del
apóstol san Pablo a los romanos (14, 7-9. 10c-12) Hermanos: “Ninguno de
nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos
para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte
somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y
muertos. Todos compareceremos ante el tribunal de Dios, porque está escrito:
“Por mi vida, dice el Señor, ante mí se doblará toda rodilla, a mí me alabará
toda lengua”. Por eso, cada uno dará cuenta a D
“En aquel tiempo, cuando Jesús llegó a
Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania está como a tres
kilómetros de Jerusalén; y muchos judíos habían venido a ver a Marta y a María
para darles el pésame por la muerte de su hermano. Cuando Marta supo que Jesús
venía en camino, salió a su encuentro mientras que María permaneció en casa. Y
Marta dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí mi hermano no habría
muerto. Pero yo sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá”. Jesús
le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Yo sé que resucitará en la
resurrección de los muertos en el último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la
resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que
está vivo y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto? Ella le contestó:
“Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que
venir al mundo”.
(Si quien preside el responso es un ministro
ordenado se puede dirigir a los presentes una breve homilía. De lo contrario se
guardará un momento de silencio. Luego todos hacen la Profesión de fe).
A/. Con la esperanza puesta en la
resurrección y en la vida eterna que en Cristo nos ha sido prometida,
profesemos ahora nuestra fe, luz de nuestra vida cristiana.
T/. Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador
del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que
fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María
Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y
sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los
muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre
todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu
Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los
pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.
A/. Oremos, hermanos, a Cristo el Señor,
esperanza de los que vivimos aún en este mundo, vida y resurrección de los que
han muerto; llenos de confianza digámosle:
R/ Tu que eres la resurrección y la vida,
escúchanos.
1.- Recuerda, Señor, que tu ternura y tu
misericordia son eternas, y no te acuerdes de los pecados de nuestro(a)
hermano(a) N., roguemos al Señor.
2.- Señor, por el honor de tu nombre,
perdónale todas sus culpas y haz que viva eternamente feliz en tu presencia,
roguemos al Señor.
3.- No rechaces a tu siervo(a) N., ni lo(la)
olvides en el reino de la muerte, sino concédele gozar de tu dicha en el país
de la vida.
4.- Acuérdate, Señor, de los familiares y
amigos a quienes entristece esta muerte y auméntales la fe para que encuentren
consuelo y paz, roguemos al Señor.
5.- Acoge en tu Reino de vida a todos
nuestros seres queridos que han muerto con la esperanza de la resurrección,
roguemos al Señor.
6.- Señor, sé tú el apoyo y la salvación de
los que acudimos a ti: sálvanos y bendícenos porque somos tu pueblo, roguemos
al Señor.
A/. El mismo señor, que lloró junto al
sepulcro de Lázaro y que, en su propia agonía acudió conmovido al Padre, nos
ayude a decir la oración que Él nos enseñó:
T/. Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la
tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras
ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes
caer en la tentación, y líbranos del mal.
A/. Escucha, Señor, nuestras súplicas y ten
misericordia de su siervo(a) N. para que no sufra castigo por sus pecados, pues
deseó cumplir tu voluntad; y ya que la verdadera fe lo (la) unió aquí en la
tierra al pueblo fiel, que tu bondad divina lo (la) una al coro de los ángeles
y elegidos. Por Jesucristo nuestro Señor.
T/. Y brille para él (ella) la luz perpetua.
A/. Su alma y las almas de todos los fieles
difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
Se puede terminar con un canto.
(La anterior celebración ha sido tomada del
“Ritual de Exequias” de la Comisión Episcopal Española de Liturgia -2ª edición
1989-).
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