Los
juegos de azar son moralmente lícitos, pero… ¿Es pecado jugar a la lotería?
Algunos miran a este y a otros juegos con un cierto puritanismo pensando que se
trata de algo inmoral ¿es verdad?
El
Catecismo de la Iglesia de la Iglesia Católica afirma que “los juegos de azar
(juego de cartas, etc.…) o las apuestas no son en sí mismas contrarias a la
justicia”
[1].
Hay
algunas sombras, sin embargo, que deben ser consideradas. En primer
lugar, es necesario definir qué es la lotería.
Se
trata de un contrato en el que los participantes mediante el pago de un precio irrisorio
se ponen de acuerdo para aspirar a un premio mucho mayor del valor que han
jugado, de manera que el número de las personas contratantes determina el valor
del premio que se sortea.
La
rifa, el bingo y la tómbola son juegos similares, y el juicio moral hacia ellos
es esencialmente el mismo.
Aparte
de la legislación civil y penal específica de cada país ¿qué se puede decir
sobre la lotería desde el punto de vista de la moral católica?
Aunque es moralmente lícita, es necesario
observar algunos puntos, en primer lugar, referentes a quien la organiza y
después a quienes participan.
Por lo que respecta a los organizadores, es importante
que no cometan fraude, porque esto significa engañar a las personas que
han apostado, y que no haya para
ellos un beneficio muy elevado, lo que haría que se aprovechasen de
las personas y de su deseo de ganar un premio.
Es lo que
sucede, por ejemplo, en el jogo do
bicho (una lotería con animales y números), que, aunque fuese
aceptado por las legislaciones locales continúa siendo inmoral porque enriquece
ilícitamente a las personas que la organizan.
La lotería puede ser una fuente de ingresos en el caso de que,
realizada por iniciativa privada, se destine a obras de caridad, o si es
organizada por el Gobierno, funcione como una especie de “impuesto voluntario”,
por el que las personas ofrecen su propio dinero al poder público sabiendo que
este será destinado a una finalidad establecida previamente.
En cuanto a la persona que juega, es importante que no
se “prive de lo que es necesario para hacer frente a las
necesidades propias y de los demás” [2] -lo que es más común en los juegos de
azar que en las loterías, a menos que se compren muchos boletos de una vez- y
que vigile para no convertirse en
adicto a este tipo de juegos.
Excluidas
estas dos hipótesis es moralmente aceptable jugar a la lotería.
Más allá de la cuestión de lo moralmente permitido, es
necesario preguntarse si es aconsejable a nivel espiritual participar en estos
juegos.
Detrás de las
apuestas hay, a menudo, un comportamiento espiritual enfermo que, además de alimentar la ambición por las riquezas,
hace que en las personas disminuya
el amor por su trabajo y aumente el ocio, esperando que su
sustento caiga mágicamente del cielo sin que deban hacer nada para obtenerlo.
Jugar a la
lotería en general no es pecado, pero esto no quiere decir que no debamos estar
prevenidos a nivel espiritual, cuidando
una relación honesta y sabia con las riquezas.
La ilusión de
la vida ociosa y de la riqueza fácil puede hacernos olvidar que el camino de la
santificación también pasa por el trabajo y que el mismo Señor exaltó la
pobreza de espíritu como una bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres de
espíritu porque de ellos es el reino de los cielos” [3].
[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2413
[2] Ídem
[3] Mt 5, 3
aleteia
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