De verdad es posible tomar una goma para hacer borrón y cuenta nueva.
Se me da muy bien mentirme a mí mismo. Es una de las cosas que mejor se me dan. Cuando pienso en mi pasado, voy retocando con pinceladas de artista mis acciones y mi comportamiento hasta que todo reluce como una obra de arte perfecta. Todo está en su sitio, todas las acciones están justificadas, todos los errores debidamente explicados con claridad o las culpas repartidas a otros. En mi mente, básicamente, lo que tengo es un equipo de relaciones públicas profesionales que trabajan a destajo para hacer que mi pasado luzca como un constante desfile de triunfos.
Soy virtuoso. Soy guapo. Nunca me equivoco. Y entonces entra la realidad. Es curioso que las mentiras que nos decimos a nosotros mismos, independientemente de lo bien construidas que estén, siempre tienen alguna grieta en su revestimiento por donde se filtra el brillo de la verdad. Podemos confundirnos un tiempo fingiendo que no existe, pero en nuestros corazones sabemos que, quizás, solo quizás, en el pasado cometimos algunos errores.
He
hecho y dicho muchas cosas de las que no me siento orgulloso. Daría algunos
ejemplos, pero todavía no he llegado a los niveles de san Agustín en lo de
rendir cuentas públicamente. Aun así, no puedo engañarme, y esas mentiras que
ensayo en mi mente no hacen nada para mitigar la culpa y la vergüenza de mis
errores. Para todos nosotros, nuestras falsedades enterradas acechan en nuestro
subconsciente como un veneno que afecta nuestras acciones presentes de maneras
que no entendemos del todo.
San Francisco
de Sales tiene la solución. En 1609, publicó un libro atemporal llamado Introducción a la vida devota, que contiene
un tesoro escondido de consejos prácticos y reflexiones sobre aceptar a la
persona entera y vivir una vida espiritual sana y feliz. El capítulo XIX se
titula “Cómo se ha de hacer la
confesión general” y aborda el tema de cómo lidiar con la vergüenza que nos
pueda asaltar desde nuestro pasado.
Los errores
pasados, dice, son como un “escorpión que nos ha herido”. Pero el mejor remedio
para su picadura es destilar el veneno confrontando directamente nuestra
vergüenza oculta para explorar en profundidad y reconocer todas nuestras
acciones. Adueñarnos y responsabilizarnos de nuestras vidas, tanto de lo bueno
como de lo malo, es el primer paso para la sanación. Lo más importante es que
seamos honestos sobre los errores que hayamos cometido y no intentamos
justificarlos.
La
sinceridad y la humildad son requisitos imprescindibles. San Francisco dice
que, si rendimos cuentas con nuestro pasado, convertimos la vergüenza en honor,
porque la pena auténtica es tan amorosa que elimina la fealdad del pasado. Es
como tomar una goma para hacer borrón y cuenta nueva. Es el primer paso para
escoger de manera intencionada no solo pasar página del pasado, sino vivir una
buena vida. Entonces,
¿cuáles son esos consejos prácticos para revisar tu pasado y hacer una
confesión general?
Primero,
pasa algún tiempo a solas y repasa toda tu vida. Divide
por décadas o por etapas vitales, para ayudarte a organizar la memoria. Por
ejemplo, pregúntate cómo eras en el instituto y la universidad. ¿Cómo eras
siendo adulto joven o siendo padre o madre primerizo? ¿Tuviste una fase rebelde
de la que no te enorgulleces ahora? Haz una lista de todas las acciones
equivocadas o malos hábitos que puedas recordar. En algunos casos, si te sucede
como a mí, tendrás que elaborar más o menos las ideas, como en: “Cuando iba al
instituto, trataba fatal a mis padres”. Resume si es necesario, pero no dejes
nada fuera.
Segundo,
busca un confesor o un confidente de confianza. Para
quienes disponen del sacramento de la confesión en su tradición religiosa, les
recomiendo un sacerdote. Para quienes no, sería una buena idea hablar con un
pastor, con un director espiritual formado o incluso con alguien en quien confiáis profundamente. Encontrad tiempo para sentaros juntos y que puedas
recitar tu lista. San Francisco recomienda: “Dilo todo sencilla e ingenuamente,
tranquilizando de una vez tu conciencia”. Es importante no sentir vergüenza que
te haga saltarte este paso, porque nunca seremos dueños totales de nuestras
acciones ni haremos las paces con nuestros errores si no los decimos en alto a
otra persona. Para poder eliminar la vergüenza, es necesaria la humildad de
admitirlo todo.
Tercero,
escucha. Escucha
lo tu confidente de confianza te responda a lo que has admitido. A veces, otras
personas reconocen patrones de comportamiento de los que nosotros no somos
conscientes y surgen algunas perspectivas e ideas interesantes. También es útil
simplemente experimentar la reacción de otra persona. A menudo, lo que a mí me
parece un pecado horrible y único que solamente yo podría ser suficientemente
depravado como para cometerlo resulta ser algo bastante común. Cuando veo que
mi confesor no huye horrorizado ante lo que he admitido, es un alivio enorme
saber que no estoy solo en mi lucha.
También,
escucha cualquier cosa que Dios o tu propia conciencia pueda decirte cuando
hayas pronunciado todo lo que tuvieras que decir y tu mente esté clara. Como
mínimo, escucharás el sonido de la libertad porque, cuando somos sinceros y
honrados con nosotros mismos, es como si se nos levantara una carga y nos
liberamos.
MICHAEL RENNIER
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