¿Es bueno dar a mi hijo todo lo que yo no tuve? Madres
que no quieren que a los suyos les falte nada... pero se pasan al otro extremo.
“A
Dios pongo por testigo de que nunca volveré a pasar hambre”.
Es una de las frases más célebres de la Historia del Cine. La bella y
caprichosa Scarlett O’Hara ha sufrido los horrores de la
Guerra de Secesión y al regresar a su tierra y encontrarla devastada, hace una
gran promesa de superación: “…nunca volveré a saber lo que es hambre, yo
ni ninguno de los míos… “.
La
fuerza de su juramento es memorable: Y
eso es sin duda lo que han hecho y hacen muchas mujeres, que han sufrido la
pobreza, el hambre y la falta de educación en su infancia y en la juventud.
Ellas no saben escribir ni leer, quizás, o tuvieron solo estudios primarios, y no quieren que sus hijos pasen por lo mismo.
Muchas madres
que saben lo que es no tener nada que llevar a casa para comer, con el tiempo
han logrado superar esa situación: han encontrado un trabajo que les permite
subsistir y mantener a los suyos. Han
ahorrado, han trabajado en cualquier desempeño, han emigrado, han arriesgado o
han pedido un préstamo para conseguir que sus hijos crezcan bien. Pero cuando
lo más lógico sería ser prudente, ahorrar y centrarse en dar la mejor educación
a los hijos, aparece un fenómeno común: el de la
madre que da absolutamente todo al hijo.
Su argumento
es “que él tenga lo que yo no pude
disfrutar”, y eso incluye desde varios pasos por el Mc Donald’s a la
semana hasta la compra continua de ropa de moda innecesaria. En la habitación
del pequeño se llegan a acumular zapatillas de deporte de marca, camisetas que
solo ha llevado una vez, juguetes que casi no ha disfrutado…
Hábitos poco saludables
El niño, que
todavía no tiene sentido de la proporción en lo que pide, ve que todo lo que reclama se le da. Y no cesa de
pedir.
En el asunto
de las comidas ocurre que la mamá no decide en función de la salud y el
crecimiento del niño sino de lo que le apetece. Así, el pequeño pide bollería
industrial antes de llegar a casa y se
la come a tal hora que le quita el hambre. Solo desayuna los productos que ve en los
anuncios de televisión y se pasa horas delante del televisor con
los dibujos animados que él ha decidido ver.
No hay horario, no hay suficientes horas de sueño… Él es quien manda
si por la mañana le da pereza ir al colegio y se escuda en que “le duele la
cabeza”.
La mamá no ve
en todo esto un desorden y un mal favor al niño sino todo lo contrario: una
lista de las cosas que ella no pudo
tener y se juró a si misma que los suyos disfrutarían.
En estos
pequeños el consumismo hace
estragos, porque a los pocos años ellos mismos están aburridos de tanto
producto.
Excesos que tienen proyección social
La mamá sobreprotectora suele querer, además, que los demás vean lo que
ella considera un éxito. Por eso acostumbra a complacer a su hijo en cosas
que tienen proyección social,
por ejemplo, la celebración de un cumpleaños, los regalos, una excursión o unos
días de vacaciones, la vestimenta que lleva fuera de casa.
La fiesta de cumpleaños llega a parecer “mi gran boda
griega”. La ropa de deporte es el catálogo que reúne las prendas de las estrellas del fútbol.
¿Es positivo
educar así a un hijo? En un principio, el niño mostrará entusiasmo por cada
cosa lograda; pero muy pronto se dará cuenta de que las felicidades que propician las cosas
materiales son muy pasajeras. Después del monopatín querrá la bicicleta y luego
el dron y luego… Es una cadena que
no se acaba. La sed sigue y las cosas de alrededor ya no generan
ninguna alegría.
La madre,
además, no ha ahorrado al concederle todos esos caprichos. Y tal vez peligra el
poder darle más estudios al niño. Pero se ha dejado llevar por los espejismos:
en la clase, en el club deportivo, en el vecindario. Presume de niño sin darse cuenta del daño que le
está haciendo.
Consumismo y caprichos
A un niño educado en el consumismo y el capricho instantáneo se le hace
daño porque no se le prepara ni se le hace fuerte para las dificultades de la
vida (no
hablamos de la guerra pero sí de un día de clase en el que habrá que esforzarse
o una asignatura que resulta difícil).
Además, ese
niño no aprende a distinguir el valor de las cosas. Le parece que todo es fácil
de conseguir y de tener a disposición. Lo quiere y lo quiere ya. Se educa al
niño para que se convierta en un tirano. Sin saberlo, será un tirano de la propia madre porque
le exigirá más y más, y le echará en cara que no le da lo que pide si en algún
momento esta falla.
La madre que
actúa de ese modo, aunque cree que lo hace por amor, ha de pensar que su comportamiento
es un error. Es el momento de poner las cosas en su sitio, dejarse ayudar por
alguien que, desde fuera, le ayude a poner límites en los gastos y a espaciar
lo que recibe el niño.
La medida
óptima es “lo que necesita para
estar bien educado”. No es fácil pero se puede reconducir la situación
porque los pequeños son muy inteligentes y se dan cuenta de lo que ocurre.
Dolors Massot
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