Una imagen que está rota o dañada no alcanza todo
su objetivo Antes
de puntualizar lo que se puede hacer con una imagen sagrada que se rompió, es
válido destacar la importancia y el valor de las imágenes en la Iglesia. Comienzo
recordando que el católico no adora la imagen, sino tiene veneración por ella. San
Juan Damasceno decía: “En otro tiempo, Dios, que no tenía cuerpo ni figura no
podía de ningún modo ser representado con una imagen. Pero ahora que se ha
hecho ver en la carne y que ha vivido con los hombres, puedo hacer una imagen
de lo que he visto de Dios. […] Nosotros, sin embargo, revelado su rostro,
contemplamos la gloria del Señor” (CIC, n. 1159).
En
esta perspectiva, el Catecismo de la Iglesia enseña que “Siguiendo […]
la enseñanza divinamente inspirada de nuestros santos Padres y la Tradición de
la Iglesia católica (pues reconocemos ser del Espíritu Santo que habita en
ella), definimos con toda exactitud y cuidado que la imagen de la preciosa y
vivificante cruz, así como también las venerables y santas imágenes […] se exponen en las santas iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos, en
las paredes y en cuadros, en las casas y en los caminos: tanto las imágenes de
nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, como las de nuestra Señora inmaculada
la santa Madre de Dios, de los santos ángeles y de todos los santos y justos” (CIC,
n. 1161). La Iglesia siempre ha dado valor a tales prácticas que
conducen al propio Dios.
¿Cómo
dispensar con devoción las imágenes sagradas bendecidas que se han roto?
Un
primer punto que observar en relación a una imagen sagrada que se ha roto es
verificar la posibilidad de restaurarla, si fuera oportuno. Tras una evaluación
del estado de la imagen y no habiendo una posibilidad o interés por su
restauración, el próximo paso sería usar la forma más coherente de deshacerse
del objeto teniendo en cuenta su significado.
La
sugerencia es que no hay “necesidad” de llevar las imágenes rotas para
depositarlas en las iglesias, cementerios, jugar en ríos o en otros lugares,
sino que sean trituradas y enterradas en el jardín o en una maceta de la casa. El sentido es evitar la posibilidad de que las
imágenes que fueron bendecidas sean escarnecidas, al ser puestas en la basura
indignamente o dejadas en un lugar indebido.
Así, se debe
deshacer de las imágenes dañadas de forma que su valor espiritual y significado
religioso no sean afectados, evitando cualquier señal de falta de respeto.
Decía san
Juan Damasceno que “La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración.
Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo
estimula mi corazón para dar gloria a Dios” (San Juan Damasceno, De sacris imaginibus oratio 127).
La
contemplación de las sagradas imágenes, unida a la meditación de la Palabra de
Dios y al canto de los himnos litúrgicos, forma parte de la armonía de los
signos de la celebración para que el misterio celebrado se grabe en la memoria
del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles. (CIC, n.
1162). Por lo tanto, una imagen que
está rota o dañada no alcanza todo su objetivo, por eso puede ser dispensada
sin ningún problema.
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