Jesús como Hombre
Rasgos físicos de Jesús que podemos recabar de los
evangelios.
Es de elevada estatura, distinguido, de rostro
venerable. Sus cabellos, ensortijados y rizados, de color muy oscuro y
brillante, flotando sobre las espaldas, al modo de los nazarenos. La frente es
despejada y serena: el rostro sin arruga ni mancha. Su nariz y boca son
regulares. La barba abundante y partida al medio. Los ojos color gris azulado,
claros, plácidos y brillantes; resplandecen en su rostro como rayos de sol, de
modo que nadie puede mirarle fijo. Cuando reprende es terrible; cuando
amonesta, dulce, amable, alegre, sin perder nunca la gravedad. Jamás se le ha
visto reír, pero sí llorar con frecuencia. Camina con los pies descalzos y con
la cabeza descubierta. Estando en su presencia nadie lo desprecia; al
contrario, le tiene un profundo respeto. Se mantiene siempre erguido; sus
brazos y sus manos son de aspecto agradable. Habla poco y con modestia. Es el
más hermoso de los hijos de los hombres. Dicen que este Jesús nunca hizo mal a
nadie; al contrario, aquellos que lo conocen y han estado con él, afirman haber
recibido de él grandes beneficios y salud. Según me dicen los hebreos, nunca se
oyeron tan sabios consejos y tan bellas doctrinas. Hay quienes, sin embargo, lo
acusan de ir contra la ley de Vuestra Majestad, porque afirma que reyes y
esclavos son todos iguales delante de Dios " (Publio Léntulo, procurador de Judea al emperador).
¿Qué rasgos físicos de
Jesús podemos recabar de los evangelios?
Cuerpo robusto y resistente: La vida dura del taller y
las correrías por las colinas circundantes de Nazaret robustecieron el cuerpo
de Jesús, preparándolo para las duras jornadas de su vida apostólica, a la
intemperie por las calcinadas rutas de Palestina. Sabemos que en una jornada
hizo el camino de 30 Kilómetros, por la calzada pendiente que sube de Jericó a
Betania. Junto al pozo de Sicar se sentó fatigado y sediento. Cuando los discípulos le
ofrecen la comida, la rechaza diciendo que su alimento es hacer la voluntad del
Padre, y antes había rechazado la bebida que le ofreciera la samaritana. No
sabemos que Jesús en aquella jornada comiera o bebiera a pesar de estar
fatigado, lo que prueba su complexión robusta. El evangelista detalla que Jesús iba delante de los discípulos en esa marcha
ascensional hacia Betania. Sus jornadas apostólicas son agotadoras; así, en una
de ellas por la mañana predica en la sinagoga de Cafarnaúm, cura a un poseso,
sana a la suegra de Pedro, y por la tarde se dedica a curar los enfermos que a
él afluyen de todas partes. Al día siguiente las turbas le buscan de nuevo y
empieza de nuevo la jornada agotadora. En ese plan recorre todos los poblados
de Galilea, predicando la penitencia y el mensaje de salvación. Es tal el
trabajo que tiene que desplegar que muchas veces no tiene tiempo ni para comer.
Las turbas le siguen al otro lado
del lago, y Jesús está de nueva a disposición de ellas. Después de multiplicar
los panes, se retiró de noche a orar. Al día siguiente volvió a Cafarnaúm a
reanudar la tarea, después de haber calmado la tempestad. Este plan de trabajo supone una salud robusta y un sistema nervioso a toda
prueba. En el lago duerme en la nave mientras los discípulos luchan ansiosos
con el temporal; esto refleja que tiene salud equilibrada, muy apropiada al
espíritu equilibrado del Maestro, que siempre se manifiesta dueño de sí mismo y
de la situación. Su porte debía ser majestuoso y viril. Cuando sus compatriotas
quieren despeñar en Nazaret, Jesús pasa por medio de ellos sin inmutarse y
con un continente tal, que no se atreven a atentar contra su vida. Al ser
prendido en Getsemaní, sus enemigos caen unos sobre otros, impresionados del
porte majestuoso del Maestro, que lejos de huir les declara: "Yo soy a quién buscáis".
La mirada de Jesús debía ser majestuosa y dominadora. San Marcos repite con
insistencia cuando el Maestro va a proferir una sentencia: "Y mirándolos, dijo".
Cuando tratan de lapidarle en Jerusalén, Jesús interpela a sus enemigos: "Muchas cosas buenas os he
hecho, ¿por cuál de ellas me queréis apedrear?". Este dominio de sí
mismo resplandece en las palabras mansas con que Jesús responde al criado que
le ha abofeteado: "Si
mal hablé, muéstrame en qué; y si bien, ¿por qué me hieres?".
Equilibrado: esta complexión
sana y equilibrada de nervios de Jesús contrasta con los desequilibrios
nerviosos de Mahoma y con el agotamiento físico de Buda, que, vencido por la
vida, predica una religión pesimista y negativa. La actitud de Jesús en los
momentos de la Pasión es la de un espíritu equilibrado, señor de sí mismo en
medio de las agitaciones nerviosas de sus jueces y acusadores: En el drama de
la Pasión no hay más señor que Jesús. Sus últimas palabras en la cruz, ofreciendo perdón a los enemigos, son eco de
la paz interior de su espíritu. Nada de desahogos rabiosos incontrolados, sino
autonomía y perfecto control de sus actos, y todo con suma naturalidad y sin
afectación.
Sano: Nunca los evangelistas aluden a alguna enfermedad del Maestro. En
medio de su dura vida de apostolado su cuerpo parece responder sin debilidades
morbosas. Su tarea se iniciaba muy de mañana. El frescor de su espíritu se
refleja en el amor que siente por las bellezas de la naturaleza, los lirios del
campo, los pajarillos del cielo, la candidez infantil. En sus parábolas nada insinúa un espíritu cansado y pesimista; al contrario, su
alma tersa sabe contemplar al Padre siempre obrando en la naturaleza y en las
vidas de los hombres. La vida apostólica del Maestro discurre al aire libre, a
la intemperie, caminando por las calzadas y caminos de Galilea, Samaria, Judea,
Tiro, Sidón. Viviendo en extrema pobreza, sin tener dónde reclinar su cabeza,
Jesús iba de un lugar para otro predicando la buena nueva. Esto no se explica
sin suponiendo en él una salud robusta y equilibrada.
Por: P. Antonio Rivero, L.C
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