Consideraciones para alcanzar la oración que sí
funciona.
Jesús
les dijo: «... Levantaos y orad para que no caigáis en tentación» (Lc 22, 46)
«Nada más claro que el lenguaje de las Sagradas
Escrituras cuando quieren demostramos la necesidad que de la oración tenemos
para salvamos: "Es menester orar siempre y no desmayar"...
"Vigilad y orad para no caer en la tentación". "Pedid y se os
dará"... Está bien claro que las palabras es menester, orad, pedid
significan y entrañan un precepto y grave necesidad». Estas palabras son de san
Alfonso María de Ligorio, quien advierte en su libro El gran medio de la
oración sobre la actitud de aquellos que menosprecian la oración como medio
salvífico: «Pretendía el impío Wicleff que estos textos sólo significaban la
necesidad de buenas obras, y no de la oración; y era porque, según su errado
entender, orar no es otra cosa que obrar bien. Fue éste un error que expresamente
condenó la santa Iglesia».
A fin de cuentas, «la gracia de la salvación eterna no es una sola gracia; es
más bien una cadena de gracias, y todas ellas unidas forman el don de la
perseverancia. A esta cadena de gracias ha de corresponder otra cadena de
oraciones, si es lícito hablar así, y, por tanto, si rompemos la cadena de la
oración, rota queda la cadena de las gracias que han de obtenerse la salvación
y estaremos fatalmente perdidos».
Ciertamente, Nuestro Señor Jesucristo advierte que en el Juicio Final seremos
juzgados por la caridad ejercida: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria
acompañado de todos sus ángeles... pondrá las ovejas a su derecha y los
cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Venid,
benditos de mi Padre.... porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y
me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me
vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a
verme"... Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis
a unos de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicisteis"» (Mt 25,
31-40). Los de la izquierda, lo sabemos, irán a la condenación eterna por
negarse a realizar buenas obras en favor de sus hermanos.
Entonces, si la Biblia enseña que la salvación está ligada a la
actuación humana, ¿por qué habría de ser necesaria la oración? Porque la misma
Escritura nos presenta a Jesucristo advirtiéndonos: «Sin Mí nada podéis hacer»
(Jn 15, 5). Y es cierto: sin orar no podemos permanecer mucho tiempo sin pecado.
Dice el doctor Leonardo Lessio, sacerdote del siglo XVII: «No
se puede negar la necesidad de la oración a los adultos para salvarse sin pecar
contra la fe, pues es doctrina evidentísima de las Sagradas Escrituras que la
oración es el único medio para conseguir las ayudas divinas necesarias para la
salvación eterna». En otras palabras, sin la gracia de Dios no podemos
realizar el bien.
Nos recuerda santo Tomás de Aquino: «Después del Bautismo le
es necesaria al hombre continua oración, pues si es verdad que por el Bautismo
se borran todos los pecados, no lo es menos que queda la inclinación
desordenada al pecado en las entrañas del alma y que por fuera el mundo y el
demonio nos persiguen a todas horas». Y explica que no es necesario rezar para
que Dios conozca nuestras necesidades, sino para que nosotros lleguemos a
convencernos de la necesidad que tenemos de acudir a Dios para alcanzar la
salvación.
Volviendo a san Alfonso María, resumamos: «Sin oración, cosa
muy difícil es que nos podamos salvar... Con la oración, la salvación es segura
y fácil porque, en efecto, ¿qué se necesita para salvarnos? Que digamos: Dios
mío, ayudadme; Señor mío, amparadme y tened misericordia de mí. Esto basta.
¿Hay cosa más fácil? Pues repitamos, que si lo decimos bien y con frecuencia
esto bastará para llevarnos al Cielo... Pensemos que, si no rezamos, ninguna
excusa podremos alegar, porque Dios a todos da la gracia de orar... Si no nos
salvamos, culpa nuestra será. Y la causa de nuestra infinita desgracia será una
sola: que no hemos rezado».
Entonces, ¿hasta cuándo hemos de orar? Responde san Juan
Crisóstomo: «Hemos de orar siempre, hasta que oigamos la sentencia de nuestra
salvación eterna, es decir, hasta la muerte».
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