El
diablo te odia, me odia, pero odia especialmente a alguien.
Son
muchas las cosas que odia el diablo. Después de todo, es un mentiroso y el
padre de las mentiras. Y los mentirosos odian. Pero
¿a quién odia el diablo por encima de todos los demás?
El
Mentiroso odia a Dios, que es la Verdad.
Si
el diablo odia a Dios y odia la bondad, entonces odia todo lo que hay en este
mundo que le recuerde a Dios y a aquello que perdió. Te odia a ti y me
odia a mí. Pero se reserva un odio especial para algunos.
El
diablo odia a María. Hay un motivo por el que las personas que se
odian a menudo insultan a la madre del otro. No hay nada más especial que la
madre de alguien.
Y
esta madre de la que hablamos no es precisamente una madre cualquiera. Es la
Madre de Dios. Y es humana.
Al diablo,
solo pensar que Dios se encarnaría en el vientre de un ser humano
ordinario ya le parece verdaderamente repugnante.
Y el que este
ser humano ordinario sea coronado Reina del Cielo y de la tierra, para el
diablo es absolutamente nauseabundo.
El diablo odia
a los sacerdotes. De esto
no hablamos tanto, pero sin duda es cierto. Odia a Jesús, así que obviamente
odia a los hombres elegidos por Dios para que sean configurados con Cristo de
una forma especial a través de la ordenación.
Todos los curas tienen la marca indeleble de la
configuración con Cristo en sus almas y el diablo odia este signo de Dios en el
mundo. Tanto como odia la marca del bautismo en todas nuestras almas.
Pero hay un
sacerdote en particular al que el diablo odia más que cualquier otra cosa. Es
el hombre que lidera la Iglesia, el Vicario de Cristo en la tierra. El diablo odia al Papa.
San Ambrosio
de Milán escribió una vez: “Dónde está
Pedro, allí está la Iglesia”. Es el mandato petrino el que continúa
haciendo posible la existencia de la Iglesia a través de la historia, y el Papa
es el sustento principal, al ser un punto focal y unitivo en la Iglesia.
Según
nuestro entendimiento humano ordinario, vemos al Papa simplemente como el nivel
más alto del tótem, el presidente o el director ejecutivo de la Iglesia
católica, el jefe. El hombre que tiene todo el poder.
Pero esta
visión humana de la jerarquía está manchada por nuestra concupiscencia. Vemos
el poder de forma diferente a como lo ve Dios, que se encarnó a sí mismo
en el útero de una humilde mujer adolescente.
Yo prefiero
pensar en el Papa como el centro de esos juegos giratorios de los parques
infantiles, de esos carruseles pequeños. Esa plataforma circular metálica, tan
emocionante como mareante, que solía empujar algún chico mayor para hacerte
girar en ese círculo de la muerte hasta que sintieras náuseas.
Ese juego en
el que solías pasar cinco minutos con los vellos de punta confiando que no
saldrías volando por los aires ni vomitarías sobre tu compañero de juegos.
El Papa es como el eje central de este tiovivo, el que
nos mantiene juntos, el que reúne a todos los viajeros camino del paraíso. El Papa es un símbolo
y uno de los medios de nuestra unidad dentro de la Iglesia.
Sin
duda habrá quien me acuse de papolatría,
de confianza extrema en el Papa o de ultramontanismo. Pero no creo que el Papa tenga que ser perfecto para
ser un símbolo de unidad. Seguro
que Pedro no lo era.
Ni siquiera
pienso que el Papa tenga que ser una buena persona. Sólo hay que echar un
vistazo al pontificado de Benedicto IX en el siglo XI.
Si alguno de
los Papas modernos te ha hecho sentir vergüenza, mejor que no imagines lo que
debió haber sido vivir cuando un papa intentaba vender el papado y fue acusado
de violación y bestialidad. O con Alejandro VI, que fue padre de varios hijos y
acusado de incesto.
Es
verdaderamente milagroso que nuestra Iglesia sobreviviera a pesar de estos
hombres, pero también precisamente a
causa de su santo cargo.
Y aun así, a pesar de los fracasos individuales de los
papas, el papado continúa siendo el guardián de la verdad y el símbolo de la
unidad en la Iglesia católica.
Uno puede
tener sus desavenencias sobre cómo debería desempeñar su papel el Papa en los
tiempos modernos. También se podría decir mucho sobre el “culto a la
personalidad” que eleva al pontificado por encima de su función teológica
prevista en la Iglesia.
No obstante, dejando a un lado las posibles discusiones
prácticas y teóricas, el papel unificador del Papa perdura y perdurará en los siglos venideros.
Y justo
porque una de las funciones centrales del Papa es la unificación, también es
centro de atención del odio del diablo. Al
diablo le encanta la división.
La etimología
de la palabra “diablo” nos remonta al sentido de “calumniador”, la mentira de
la que hablábamos antes y que es el mejor origen de la división.
Al diablo le
encanta ver a los cristianos divididos. Lee, por ejemplo, sobre cualquier
denominación escendida y encontrarás innumerables más que se perdieron en el
olvido.
Claramente, el diablo quiere derribar el pontificado de
cualquier forma posible; ya sea desde dentro, desde fuera, a través de
las propias debilidades del Papa, a través de la violencia, las mentiras, los
malentendidos y la confusión. La caja de herramientas del diablo es ilimitada. Pero Dios protege a su Iglesia y seguirá
protegiendo a su papado de los ataques del diablo.
Recemos por
el Papa.
Una oración por el Papa
Divina Trinidad, unión de tres personas, protege al
Papa (Francisco). Aléjalo de todo daño y dale fuerzas con la luz de tu amor y
verdad infinitos. Defiéndelo de todo mal, de los ataques violentos y
maliciosos. Otórgale la gracia, como a Pedro, para alimentar a su rebaño con la
nutriente leche de la verdad. Y que ayude a la Iglesia a llevar la luz del
Evangelio por todo el mundo y continúe siendo un poderoso símbolo de unidad en
esta tierra plagada de división.
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