El sentido del sufrimiento Santísima Virgen María
Distintas actitudes ante el dolor humano.
La pregunta acerca del
sentido del sufrimiento es la pregunta acerca de la experiencia de la falta de
sentido, pues justamente en esa experiencia consiste el verdadero sufrimiento.
¿Qué sentido tiene la experiencia de lo
sin-sentido?
¿Tiene esa pregunta algún sentido?
Es seguro que no apunta hacia ningún tipo de instrucciones
para conseguir experiencia (lit. praxis): el sufrimiento es el límite de la
praxis. El sufrimiento es aquello contra lo cual yo, al menos de momento, nada
puedo hacer. La réplica de quien, hablando del sentido del sufrimiento, afirmarse que debe ser combatido allí donde se dé, justifica de hecho el
sufrimiento, y no debe ser tenida en cuenta como tal réplica. Porque no se
pregunta cómo podemos disminuirlo, sino qué sentido tiene aquella situación en
la que todos nuestros esfuerzos para disminuirlo o evitarlo llegan a un límite.
Todos experimentamos alguna vez tales situaciones: los
esfuerzos humanos llegan a su fin, y sucede lo que no queremos. El tema
«sentido del sufrimiento» es idéntico al tema: «sentido de lo que no queremos,
de lo que nadie puede querer para sí mismo».
Miedo ante
el sufrimiento
Si alguien, de quien se
pudiera suponer que sufre menos que otros, hablase sobre el sufrimiento, se le
podría objetar: «para ti es fácil hablar; deberías antes pasar por una
situación de verdadero sufrimiento: se te acabaría entonces el discurso». Pero
ésta no es tampoco una réplica razonable, pues si yo sufriera de manera extrema
por un instante, me encontraría entonces, de hecho, en una situación en la que
nada podría decir sobre el sentido del sufrimiento.
Con todo, cuando hablamos del sufrimiento no lo hacemos
necesariamente como un ciego pudiera hablar del color. Es decir, no hay límites
exactos entre sufrir y no sufrir; y no los hay, porque al hombre –como dijo
Thomas Hobbes– el hambre futura ya le convierte hoy en un hambriento. Tenemos
miedo del sufrimiento, y ya ese mismo miedo es sufrimiento.
Si yo estuviese hablando de un dolor físico que en este
momento no tengo, o que quizá no he tenido nunca, entonces hablaría como un
ciego habla del color. Pero el sufrimiento es algo distinto del dolor físico.
El temor ante el dolor físico es, con frecuencia, peor que el propio dolor. Y
siendo esto así, el miedo ante el sufrimiento es con frecuencia miedo del
miedo. El temor ante la muerte no es en realidad miedo a estar muerto, sino
miedo ante la situación en la que «mi corazón se llenará del máximo temor».
Sufrir es un fenómeno
complejo. El dolor físico, el malestar, la sensación de desagrado no son desde
el principio idénticos al sufrimiento. Hay un grado moderado de dolor físico
que de ningún modo podemos denominar sufrimiento, pues tiene, en la coherencia
total de la vida, un sentido claramente conocido, una función biológica, y lo
aceptamos sin objeción. El hambre, por ejemplo, tiene el sentido de mover a un
ser vivo a que se preocupe por la comida. Una sensación aguda de hambre no
supone ningún sufrimiento para el que sabe que, dentro de cinco minutos, se
sentará ante una mesa bien provista. Sin embargo, la misma hambre es un
sufrimiento para otra persona que sabe que, en un tiempo razonable, no va a
tener nada que comer. Al hambre se le junta el miedo de un hambre mayor. El
hambre pierde su sentido funcional allí donde ella es el mejor cocinero (es
decir, cuando es muy grande): se convierte entonces en sufrimiento.
A partir de un cierto grado de intensidad, el dolor corporal
como tal es ya sufrimiento, es decir, cuando devora todas las perspectivas
positivas o negativas de futuro. Si ese dolor se va, se va de una manera
notablemente perfecta. Los dolores ya desaparecidos gustan en cuanto tales,
nada se tiene ya contra ellos; sólo queda la alegría de que han pasado. El mal
(moral) pasado, por el contrario, sigue siendo mal, y es objeto de pesar.
Decía más arriba que el mecanismo del dolor tiene ante todo
un sentido biológico: precisamente el de estimular una actividad. Si
consideramos el dolor en un puro plano fisiológico, como mecanismo fisiológico,
y no dentro de la vida orgánica, es claro que sólo dura y actúa durante el
tiempo y con la intensidad que exige su función biológica. Si sólo cupiera
considerarlo de ese modo, un enfermo incurable no debería sentir ya ningún
dolor, porque el dolor no desempeñaría en él, en la práctica, ninguna función.
Sin embargo, el dolor continúa actuando, despliega una vida propia, llega a ser
un cuerpo extraño en el ser. En lugar de estimularnos a una actividad, nos
condena a la pasividad. En este sentido hablamos aquí del sufrimiento.
Allí donde no se acierta a integrar una determinada situación
dentro de un contexto de sentido, allí comienza el sufrimiento. El término
alemán «sufrimiento» tiene, de manera análoga a sus términos correspondientes
en otras lenguas, un doble sentido. Significa tristeza (infelicidad, desagrado,
...), y también sencillamente pasividad (en
el sentido de passibilitas), o, por decirlo a la moda, frustración. La
pregunta acerca del sentido del sufrimiento es, ante todo, una pregunta
paradójica. Ella misma es expresión de sufrimiento, de ausencia indudable del
sentido del actuar. Y se atraviesa en el camino de su propia respuesta (la
obstaculiza). Apenas es posible darle una respuesta teorética, pues tal pregunta
quedaría resuelta si desapareciera, pero no desaparece porque se resuelva. Los
amigos de Job, con sus respuestas teoréticas, sólo consiguen irritarle. Dios no
responde a sus preguntas, sino que le hace callar.
El sufrimiento en la sociedad moderna y en
la sociedad primitiva
La sociedad moderna, tanto en Occidente como en el Este,
también silencia la pregunta sobre el sufrimiento, pero de una manera distinta,
es decir, suprimiendo. La sociedad moderna concentra sus esfuerzos en la
evitación y en la disminución del sufrimiento, y, por cierto, tratando de
evitarlo no sólo de una manera indirecta, sino directa, como es eludiendo su
interpretación. Los métodos y técnicas para evitar el sufrimiento tienen, sin
embargo, por desgracia, efectos paradójicos. Tomados en su conjunto no aumentan
la felicidad, ya que transforman el horizonte de las expectativas, y no
eliminan con ello la discrepancia entre lo que creíamos poder esperar y lo que
realmente sucede. Incluso se ha ensanchado esa discrepancia en algunas
sociedades fundamentadas en el aumento de las necesidades. Pero, aunque bajemos
el nivel de tolerancia para soportar las frustraciones, al final siempre
obtenemos la misma suma, o incluso un aumento del sufrimiento.
Por: Robert Spaemann
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