Amar no es mirarse uno al otro, sino mirar juntos en
la misma dirección.
El cine ha hecho que la juventud, sin cabeza, sienta
idolatría por la belleza física, y así resulta que esa muchachita de «tipo
estupendo», después de casada sale caprichosa, insoportable; y también aquel
chico que enamoraba con locura a las niñas tontas porque se parecía a cierto
artista de cine, después de casado sale con un genio insufrible. Los dos son
maravillosos para verlos en la pantalla.
Pero el matrimonio no es una película de cine, sino
una vida que dura muchos años, y con muchos sufrimientos, malos ratos, penas y
amarguras. También con sus ratos de felicidad. Pero desgraciadamente, no todo
es felicidad. Si la juventud se preparara para el matrimonio como Dios manda,
tendríamos muchos más matrimonios felices. El tiempo del noviazgo es para
conocerse mutuamente, para amarse rectamente. El noviazgo es querido por Dios,
pues Dios ha hecho el matrimonio indisoluble, y esa persona a la que vas a
unirte para toda la vida, debes conocerla bien antes de casarte con ella.
Por lo tanto, es natural - y así lo quiere Dios- que
durante cierto tiempo tengáis más confianza entre vosotros y un trato más
íntimo para conoceros mejor. Pero debéis ser muy discretos en las
manifestaciones de amor, si no queréis manchar vuestras relaciones. No podéis
permitirle a vuestro cariño muchas de las cosas que él os pide con fuerza. Es
necesario que aprendáis a llevar vuestro noviazgo con la austeridad que exige
el Evangelio. Es muy importante que os propongáis firmemente llevar vuestro
noviazgo en gracia de Dios. Eso será atesorar bendiciones de Dios para el
matrimonio.
En cambio,
si sembráis de pecados el camino del matrimonio, ¿podréis esperar con confianza
que Dios os bendiga después? ¡Cuántos matrimonios lloran los pecados que
cometieron de solteros! Si el noviazgo es para un conocimiento mutuo, se impone
también como necesidad imperiosa la sinceridad. No deben existir repliegues ni
restricciones mentales. Debe hablarse mucho sobre todas las cuestiones, y
confiarse mutuamente los problemas para buscar juntos una solución. Es, por
desgracia, demasiado frecuente, que los novios mantengan el uno con respecto al
otro, una postura totalmente falsa. Y es triste que, a veces, esa falsedad dé
al traste con la íntima compenetración que debe regir el matrimonio. Los novios
van al altar, muchas veces, engañados. No se conocen.
El engañar siempre es malo. Los novios deben ser francos, transparentes
el uno para el otro. El amor necesita admiración. Para ver si sientes
admiración podrías preguntarte, ¿me gustaría tener un hijo así? No se trata de
con menos o más nariz, sino de ese modo de ser, cualidades, etc. Los novios
deben ayudarse a conocerse mutuamente, tanto en las virtudes como en los
defectos. Cada uno debe esforzarse en corregirse de sus defectos y en adquirir
las virtudes que el otro desea ver en él. Deben ver si armonizan en el
carácter, gustos, puntos de vista, modo de ser, educación y costumbres; si
tienen las mismas ideas sobre religión, vida de piedad, frecuencia de
sacramentos, etc... Deben ponerse de acuerdo en todos los problemas
fundamentales. Si en el noviazgo hay discrepancias sobre esto, en el matrimonio
habrá disgustos muy graves. Ya
dijo Saint-Exupery:
«Amar no es mirarse uno al otro, sino mirar juntos en
la misma dirección»; es decir, tener los dos los mismos ideales. Y, desde
luego, las faltas de armonía y defectos de carácter, es necesario compensarlos
con espíritu de mortificación y tolerancia, por una parte - siempre que no se
trate de cosas ofensivas a Dios- y deseo eficaz de corregirse por la otra.
Nadie es perfecto en este mundo; pero todos debemos tener deseos de superación.
El esfuerzo mutuo de adaptación es una de las mayores alegrías de la vida
conyugal.
Evidentemente
que en esta armonía hay grados; pero cuanto mayor sea la armonía, más
probabilidades hay para un matrimonio feliz. El ideal sería que esta armonía
llegara incluso a detalles como gustos, aficiones, diversiones, hábitos de
vida, educación, aseo, orden, modales, lenguaje, etc., etc. El ideal es que los
dos sean de ambientes familiares y culturales similares. No por clasismo; sino
por armonía. Un notable desnivel de educación, higiene, costumbres, etc., con
el tiempo, ocasiona roces que enfrían el amor. Hay una porción de imponderables
de educación, higiene, etc., que pueden convertirse en espinas muy
desagradables y, con el tiempo, realmente insufribles.
Hay personas a quienes se les hace durísimo disminuir
de categoría social. “En general las diferencias de formación y de posición
social son obstáculos que impiden llegar en el matrimonio a una completa unión.
La igualdad en las costumbres, resultado de haberse formado en un ambiente
parecido, constituye el sólido cimiento de una buena armonía en la vida de cada
día; mientras que la disconformidad de las costumbres y una gran divergencia en
el grado de cultura pueden actuar como fuerzas disgregadoras.
» Cuando el estilo de vida difiere ampliamente por
proceder los esposos de mundos sociales distintos se va minando poco a poco la
solidez del matrimonio. No negamos que ambos esposos puedan ser felices si
manda en ellos el corazón, pero con el tiempo nada tiene de extraño que llegue
a ser desagradable comer en la misma mesa con una persona cuya educación es
discordante con la propia. Pequeñas, pero numerosas diferencias ponen a prueba
los nervios de la persona más equilibrada. “Para que el hogar sea agradable es
necesario cierto grado de educación. Pero si uno de los dos no la tiene, es
mejor que tampoco la tenga el otro»
Por: P. Jorge Loring
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