No
creo en las coincidencias. Muchos imperfectos como yo, pero con una lucha
ascética comprometida hemos desarrollado un olfato espiritual muy especial y
delicado para percibir -comprender- cuando Dios nos va preparando para algo. No
es nada fácil apreciarlo porque Él habla de una manera muy única, tan especial
que la razón humana no basta para descifrarlo, hace falta el espíritu de
discernimiento para entender lo que nos quiere decir a través de su Palabra, de
las personas o de los eventos por los que pasamos.
Resulta que
hace pocos días un huracán de categoría 4 -Harvey- arrasó con pueblos enteros,
lugares que tan solo estaban a 4 horas de distancia de mí. Justo un día antes
de que tocara tierra salíamos a dejar al más pequeño de nuestros hijos a la
universidad que se encontraba en una de las ciudades que después tuvo que ser
evacuada. Por cuestiones de trabajo de mi esposo tuvimos que retrasar el viaje
un día, tiempo que hizo la diferencia y que nos protegió de haber presenciado
de primera mano ese evento apocalíptico. ¿Coincidencia? No lo creo. Y como yo, ¿cuántos más?
Insisto, nada es coincidencia para los que tenemos fe. Casi 2 semanas
antes de que llegara Harvey el Evangelio de la Misa dominical fue el de Pedro
quien, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse,
gritó: “Señor, sálvame…” (S. Mt 14,22-33). En esto me quiero enfocar, en cómo
hay que responder cuando la tormenta nos amenaza: poner la mirada fija en
Cristo.
Justo estas
escenas -como la de Pedro en la barca pidiendo auxilio- eran las que se veían
por televisión y por las redes sociales, impactantes, escalofriantes
apocalípticas. No puedo
imaginar siquiera lo que fue vivirlas en carne propia. De verdad, la sensación
era querer atravesar la pantalla y hacer más que tan solo rezar. ¡Qué
impotencia ver tanto dolor y no poder hacer prácticamente nada! Hasta que mi
esposo me hizo caer en cuenta que eventos de esta magnitud solo la oración
confiada y perseverante podía frenarlos. Y era verdad.
Como
a muchos les sucedió, quería salir corriendo a ayudar, pero las carreteras
estaban todas cerradas. En ese momento los espectadores no podíamos hacer nada
más que estar pegados de la oración y así apoyar a nuestros hermanos en
desgracia. Pareciera que la oración era poca cosa, pero no porque las plegarias
dichas de corazones compasivos tienen mucho valor a los ojos de Dios y siempre
son respondidas. Desde mi
trinchera pude observar tantas cosas que me invitaron a la reflexión y a
comprometerme más con mi formación y vida de piedad. En esos momentos en que
las personas corren el riesgo de perder todo -hasta la vida- y tocan fondo,
necesitan aferrarse a “algo” o a “alguien”.
En las redes
sociales leían mensajes como: manden buenas vibras; repitan sus mantras;
decreten que se vaya el huracán. “Healers”, manden sanación universal,
necesitamos luz sanadora; saquen sus cuarzos rosas y póngalos en dirección
oriente… Un alto porcentaje de lo que leí era con una connotación Nueva Era. De
verdad, me daba tanta ternura porque lo
que cada uno a su manera pedía eran oraciones y ser rescatados de la boca del
infierno. Pero hay mejores caminos que esos, yo pensaba, porque
El único con el poder de sacar bien del mal y de hacer a los vientos y a las
aguas parar es el Creador, es Dios, Uno y Trino y no el dios de lo cuarzos ni
al que ellos están invocando. «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar
le obedecen?» (Mt. 8, 27)
Y
es que cada uno -según su formación- fue clamando al “dios” en quien creían. Me
daba tanta ternura y compasión leer como con desesperación invocaban a lo que
ellos creían era su divinidad llamándole “buena vibra”, “energía”, “luz
cósmica”, etc. Desde mi corazón les gritaba en silencio: “Vuelvan sus ruegos al
verdadero Dios. Basta un sencillo Padrenuestro”. Lo que hice
-en la medida de la prudencia y no por respetos humanos- era invitarles a rezar
el Rosario y darles palabras de aliento y esperanza. Y también, cada vez que
veía que pedían ese tipo de ayuda espiritual, yo le decía a Dios: “Señor, tú
sabes que en el fondo a quien buscan es a ti. Te suplico que atiendas sus
súplicas. Que sientan tu amor y tu protección”.
Estoy
segurísima de que después de esta experiencia a muchos les pasará como le pasó
a Pedro: “Cuando el Señor fue arrestado, tuvo miedo y lo negó tres veces. Fue vencido
por la tempestad. Pero cuando su mirada se cruzó con la de Cristo, la
misericordia de Dios lo volvió a asir y, haciéndole derramar lágrimas, lo
levantó de su caída”. (S.S. Benedicto XVI. Homilía en Santa Marta, 14 de junio
de 2008) Hay tanto que
aprender de estos eventos. Sobre todo, de los fenómenos naturales. Todos somos
creación de Dios y estamos íntimamente unidos. La bondad y la maldad -el pecado
y la gracia- de uno solo afecta a la humanidad entera.
¿Qué
estamos haciendo con nuestro mundo? La tierra lo único que está haciendo es
devolvernos lo que le hemos estado dando: bebés abortados, el pecado de Sodoma,
injusticias contra los más necesitados. Le hemos restando dignidad al
sacramento del matrimonio; adulterio, fornicación, infidelidad. Hemos puesto a
otros dioses en el lugar de Dios Uno y Trino, entre otras tantas ofensas y
pecados que claman al cielo. Insisto, el pecado es personal, pero las
consecuencias son universales. “No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo
que uno siembre, eso cosechará”. (Gal. 6, 7)
Por ese se
dice que Dios perdona siempre. Los hombres a veces. Pero la madre naturaleza
nunca. Tan solo recordemos cuando Jesús murió la misma tierra reclamo.
“Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu. Inmediatamente,
el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las
rocas se partieron y las tumbas se abrieron…” (Mt 27, 50-52)
Dios es un Dios compasivo y misericordioso. El único que
convierte milagros de las lágrimas que provienen del dolor llevado con Fe y
quien ahoga el mal en abundancia de bien. Tanto
que aprender de todo esto:
• En primer lugar, hay que tener los ojos únicamente
puestos en Cristo. Dios es el único con el poder de increpar
vientos si tenemos Fe. Aún en la tempestad Él está con nosotros, aunque de
momento pareciera que está dormido o distraído a nuestras necesidades y miedos.
“Luego subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De repente, se levantó
en el lago una tormenta tan fuerte que las olas inundaban la barca. Pero Jesús
estaba dormido. Los discípulos fueron a despertarlo. ― ¡Señor —gritaron.
Sálvanos,
que nos vamos a ahogar! ―Hombres de poca fe —les contestó—, ¿por qué tienen
tanto miedo? Entonces se levantó y reprendió a los vientos y a las olas, y todo
quedó completamente tranquilo. Los discípulos no salían de su asombro, y
decían: «¿Qué clase de hombre es este, que hasta los vientos y las olas le
obedecen?» (Mt. 8, 23-27)
• Siempre, siempre, siempre hay que estar preparados. Es decir, vivir en
gracia santificante, en amistad con Dios porque nadie sabemos ni el día ni la
hora. El grado de nuestra pequeñez y lo frágil que puede ser nuestra vida
podemos engrandecerla con el amor de Dios, pero con el verdadero, no con
cuarzos ni talismanes.
• Vale la pena vivir solo en clave de eternidad. Con los ojos en el
cielo y los pies en la tierra vivir un verdadero espíritu de desprendimiento
con el corazón puesto en todo aquello que el dinero no puede comprar y que el
día que nos muramos nos podamos llevar en el corazón.
• Lo único realmente valioso es la vida humana y a está hay que
cuidarla, protegerla y defenderla desde la concepción hasta la muerte natural. Todo lo demás,
todo aquello que tiene precio es sustituible y reemplazable.
• Después de una tragedia -grande o pequeña- las
personas no podemos ser las mismas. Quien después de haber vivido
tanto no se convierte o no hace cambios en positivo, no ha entendido nada y se
ha perdido de una gran lección de vida.
• El dolor y el sufrimiento -personal y ajeno- que
sean fruto del amor son 2 fuerzas poderosísimas que mueve los corazones hacia
la compasión y el servicio. Aclaro, que sea fruto del amor porque también se
puede llegar a sentir dolor y sufrimiento cuya raíz sea el egoísmo.
• Dios saca bendiciones y hace milagros hasta de las
peores tragedias. Ver a tantas personas unidas por el dolor, eso
es un milagro que solo el amor puede inspirar. No creo que haya habido una sola
alma que al saber por lo que las personas de Texas pasaban se haya quedado
inmóvil. Mínimo rezó.
• Comenzar de cero no es tragedia, sino una
oportunidad para valorar las cosas en su justa medida. Después de un
desastre de esta magnitud lo más importante es haber seguido con vida. Si Dios
te protegió es por algo y segura estoy de que muchas bendiciones están por
llegar. Si sigues con vida y Dios te salvó de perecer, ahora eres parte de la
“pesca milagrosa” y hay que salir a dar testimonio y frutos de las bondades
de Dios. ¡Eres un milagro!
Luz Ivonne Ream | Sep 09, 2017
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