Antídotos contra el fanatismo.
Vivimos
tiempos donde se ven por todas partes, posturas radicalizadas, fundamentalistas y fanatismos de toda índole. En la política, en la religión, en el deporte, en
la educación, y en un sinfín de ámbitos de la vida social nos encontramos con
una atrofia del pensamiento, que enferma a las personas e impide el diálogo
social y la construcción de miradas más amplias sobre la realidad.
Muchos
filósofos y analistas sociales coinciden en que el
clima de nuestra época está marcado por la búsqueda de seguridad, de certezas y
de identidad. Crecen toda clase de grupos intolerantes que se
aplauden a sí mismos y no escuchan a quien tenga un matiz de discrepancia;
hablan para sí mismos y para convencer a sus ya convencidos. Esta clase de
fanatismos se ven tanto en política como en religión.
El fanático no soporta la idea de que el otro sea
diferente o piense distinto y pretende con sus actitudes, salvarle de su
equivocación. El fanático no tiene capacidad de autocrítica, no toma distancia
de su modo de ver las cosas, ni de sus ideas.
El fanatismo
es definido por el filósofo Francesc Torralba como “miopía espiritual”, porque
se confunde la propia percepción de la realidad con una verdad universal que
debe ser aceptada por todos.
Algunos
fanatismos también se disfrazan de tolerancia y apertura, cuando en realidad
imponen un relativismo dogmático que no acepta ningún disenso, porque no pueden
aceptar que alguien defienda sus ideas o que tenga algunas certezas que esté
dispuesto a defender. El relativismo dogmático es hijo del miedo, igual que el
fundamentalismo, porque teme del diferente, teme que no pensemos todos de la
misma forma. Por eso, aunque
algunos grupos sean más fácilmente identificables con actitudes fanáticas,
muchas veces quienes los critican con una agresividad injustificada, manifiestan
la misma miopía, el mismo fanatismo que no acepta la diferencia.
Cuando nos
encerramos en el fanatismo, olvidamos algo fundamental para el crecimiento
personal y el progreso social: tener cerca a alguien que piensa distinto o en
contra de lo que pienso, me enriquece, hace crecer y me obliga a pensar.
Convivir con la diferencia nos obliga a repensarnos, a revisar nuestras
convicciones, a pensar críticamente, a salir de nuestra comodidad, a ver con
otros ojos la misma realidad.
Cuando
pensamos que los demás, por la simple razón de pertenecer a otro partido
político o a otra religión que no sea la mía, no tienen nada para aportarme, no
dicen nunca la verdad, no tienen nunca razones que deban ser escuchadas, son
siempre “sospechosos”, estamos ante la demonización del otro. Solo a través del
diálogo y la comprensión del diferente podemos crecer como personas capaces de
pensar libremente y de escuchar realmente a los demás.
La miopía espiritual en los cargos directivos
Cuando se
tiene que liderar equipos o gobernar una institución, un peligro creciente es
la estrechez mental que excluye la crítica externa, que no escucha a los que
piensan distinto, que evita el disenso de todas las formas posibles, aunque
venga de colaboradores y amigos que ofrecen su ayuda.
Cuando nos
toca dirigir en una organización convivimos con muchos puntos ciegos que nos
impiden ver la realidad y nos obstaculizan una lúcida toma de decisiones,
haciendo que cualquier gestión se vea perjudicada en su eficiencia. Y es que
cuando nos escuchamos solo a nosotros mismos y nos rodeamos de los que nos
dicen a todo que “sí”, no nos cuestionan nada y se vuelven una prolongación de
nosotros mismos, se atrofia la visión y se pierde la posibilidad de crecer.
La
miopía espiritual en las instituciones se manifiesta cuando los que tienen que
gobernar se rodean de los que los adulan y aprueban, alejándose de cualquier
posibilidad de autocrítica, esquivando a todos los que puedan cuestionar el
modo en que se hacen las cosas. A los “críticos” se les discrimina y se les
trata de “neutralizar”, calificándolos como desleales o “infiltrados”, aunque
sean los únicos que nos ayuden a pensar con mayor lucidez. Progresivamente
se pierde la perspectiva, y si en el peor de los casos, quien manda tiene baja
autoestima, no soportará ninguna clase de sugerencias, salvo que confirmen sus
propias ideas y obsesiones.
La
dependencia económica es un factor que también fomenta esta miopía de quienes
dirigen. Cuando los ingresos dependen de no hacer enojar al jefe, no se dirá lo
que se piensa. Un ejemplo de ello puede verse en asesores políticos u
organizacionales. Existen muy buenos equipos consultores, pero no siempre son
independientes. ¿Cuántas veces
quienes asesoran se limitan a aspectos técnicos sin cuestionar la visión de
quien le contrata? Porque difícilmente uno escuchará asesores que le digan que
está equivocado. Y es que escuchar todas las críticas supone
cuestionar el propio desempeño y la propia visión.
El
gran peligro de un liderazgo con esta miopía es que la organización que dirige
se vuelve un anexo de su propio ego y no podrá ver más allá de sí mismo,
creyendo que ha sido eficaz solo porque ha realizado sus propios caprichos sin
ninguna demora.
Antídotos contra el fanatismo
Una de las
cosas que pueden encontrarse en las actitudes fanáticas es la falta de alegría
y de sentido del humor con los propios proyectos. Por ello el primer antídoto
contra el fanatismo es el humor. Es muy sano para no vivir siempre enojado
porque existen otros que piensan distinto. El humor nos ayuda a reírnos de
nosotros mismos, a relativizar cosas que deben matizarse, y a vernos con una
mirada más amplia.
Un segundo
antídoto es aceptar al otro tal como es, sin querer que sea distinto ni que
piense distinto, sino dejándolo ser, nos hace salir del propio hermetismo
ideológico en el que muchas veces podemos vivir cómodamente. Aceptar al otro
nos devuelve la paz que hemos perdido por no aceptar la realidad tal como es, y
nos enriquece.
Aprender de
los grandes maestros de la espiritualidad, porque los hombres y mujeres de
todos los tiempos que marcaron el progreso filosófico, espiritual y cultural de
la humanidad, fueron comprensivos y receptivos a
escuchar lo distinto,
dialogaban con todos sin excluir a nadie y estuvieron siempre dispuestos a
repensarlo todo, sin miedo a equivocarse, sino conscientes que es necesario
salir del propio ego para encontrarse realmente con el otro. Y es que quien
está dispuesto a aprender, está dispuesto a escuchar y a cambiar.
Miguel Pastorino | Sep 11, 2017
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