La Biblia o Sagrada Escritura ilumina nuestra
inteligencia porque enseña la verdad.
Yo quiero saber por qué tengo que leer la Biblia (tengo una amiga que
está todo el tiempo insistiendo en esto). Y, además, no sé cómo leerla,
porque hay muchas cosas que no entiendo. Esta amiga estuvo participando en una
iglesia evangélica y tiene miles de dudas, que después me las pasa a mí; quiero
ayudarla, pero sólo acepta que hablemos de la Biblia y de lo que está en ella. Esta pregunta resulta muy útil para
plantear una cuestión de mucha importancia: hay que leer la Biblia,
ciertamente, pero no de cualquier manera. La Biblia es la Palabra de Dios; en esto
están de acuerdo todos los cristianos. Y las palabras del Señor son palabras de
vida eterna (Jn 6,68).
La Biblia o Sagrada Escritura ilumina nuestra inteligencia porque enseña
la verdad. El mismo Cristo dijo: Yo, la luz, he venido al mundo para que todo
el que crea en mí no siga en las tinieblas (Jn 12,46). Por este motivo, no
debemos silenciar la Palabra de Dios, lo cual sucede cuando vivimos con la
cabeza y el corazón en las cosas del mundo; como dice el Señor: El que recibe
la Palabra entre espinas, es el hombre que escucha la Palabra, pero las
preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan y no pueden
dar fruto. (Mt 13,22). Del mismo modo, la Palabra de Dios no debe traficar,
dice San Pablo: Pero nosotros no somos como muchos que trafican con la Palabra
de Dios, sino que hablamos con sinceridad en nombre de Cristo, como enviados de
Dios y en presencia del mismo Dios (2Co 2,17), ni falsificarse: …y nunca hemos
callado nada por vergüenza, no hemos procedido con astucia o falsificación de
la Palabra de Dios… (2Co 4,2).
La Palabra revelada por
Dios, engendra la vida de Dios en el alma como semilla incorruptible: Las
palabras que os he dicho son Espíritu y Vida (Jn 6,83). Nos alimenta, como dice
Jesucristo: No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la
boca de Dios (Mt 4,4). Nos hace espiritualmente fecundos (Isaías dice: Cómo
descienden la lluvia y la nieve de los cielos, y no vuelven allá, sino que
empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al
sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que
no tornará a mí vacía, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido
aquello a lo que la envié: Is 55,10- 11). Y nos deleita: La Palabra de Dios es
más dulce que la miel (Sal 19,11). Lo cual se puede ver en la experiencia que
tuvieron los discípulos de Emaús, a quienes les ardía el corazón, luego que
Cristo les abrió las Escrituras (Lc 24,32).
También se dice que la Palabra de Dios
es capaz de conmover las piedras: ¿No es así mi palabra, como el Juego, como un
martillo golpea la peña? (Jr 23,29); de defendernos, pues es como escudo de
acero, como espada filosa (Ef 6,16-19).
De ahí que rechazar la
Palabra de Dios sea señal de muerte espiritual (como se deduce de lo que dice
Jesús en Jn 5,24).
Las Sagradas Escrituras son el tesoro
donde se hallan todos los bienes. De esta Palabra se han alimentado todos los
santos, ya sean misioneros, doctores de la Iglesia, etc. La hierba se seca, la
flor se marchita, más la Palabra de nuestro Dios permanece por siempre (Is
40,8).
Pero al mismo tiempo, para que
produzca esos frutos, la Biblia o Palabra de Dios debe ser leída como
corresponde. Cuando el diácono Felipe, como nos relata el
libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 8,26ss), encuentra al servidor de
la reina de Candaces, el cual no era ningún ignorante (sino un hombre culto que
sabía leer y ocupaba un puesto administrativo en la corte), con el libro del
Profeta Isaías abierto y sin comprender, le pregunta: ¿Entiendes lo que lees? Y
el ministro de la reina le responde: ¿Cómo voy a entender si nadie me lo
explica? Felipe inmediatamente se pone a “abrirle” el sentido oculto de los
pasajes que venía recitando en voz alta aquel pagano, y termina por bautizarlo.
¿Cómo debe ser nuestra lectura de la
Biblia? Como ha sido para los grandes santos de la cristiandad. Señalemos algunas características:
Debe ser una lectura Su autor principal es el
Espíritu Santo, por tanto, debe el Espíritu Santo ayudarnos a comprenderla. Él
nos ayuda en la medida en que nos acercamos a la Biblia como lo que es: Palabra
de Dios; y por tanto, cuando lo hacemos con espíritu de oración, de respeto. Debemos leerla a la luz
del principio de la analogía de la fe, el cual es un principio que tiene dos
aspectos. Uno negativo: ningún texto de la Biblia puede contradecir realmente
otro texto de la Biblia. Por eso decía san Justino: “Si alguna vez se me objeta
alguna Escritura que parezca contradictoria con otra y que pudiera dar pretexto
a pensarlo, convencido estoy que ninguna puede ser contraria a otra; por mi
parte, antes confesaré que no las entiendo” [1]. Otro positivo: Legere Bibliam biblice, es decir,
confrontar los diversos pasajes para alcanzar una mejor comprensión: lo que se
dice en un lugar oscuramente, en otros pasajes puede aparecer más claro.
Asimismo, la Biblia se
explica por la vida de la Iglesia. Nada más extraño al sentido dado al
principio apenas expuesto, que entenderlo como una especie de “sola Scriptura”;
san Agustín explicaba ya en el siglo IV, que el sentido de la Sagrada Escritura
se entiende a partir de los actos de los santos, es decir, en el modo de
encarnar la Palabra de Dios en sus vidas; porque el mismo Espíritu por el cual
han sido escritas las Sagradas Escrituras, induce a los santos a obrar
[2]. Debe ser una lectura
atenta a las enseñanzas del Magisterio. Es el mismo Jesucristo, como hemos
visto en su lugar, el que ha confiado a los apóstoles y sus sucesores la
custodia del depósito de la fe, es decir, la Sagrada Escritura y la Sagrada
Tradición. La función del Magisterio no limita o restringe nuestra iniciativa;
la guía para que no se extravíe. El oficio de interpretar auténticamente la
palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de
la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo mismo.
b) La lectura de la Biblia debe ser
también Esto significa captar todos los sentidos que tiene un texto revelado,
que pueden ser muchos. Además del sentido histórico y literal, hay sentidos
espirituales, pues muchas de las verdades allí contenidas tienen implicaciones
(proféticas, morales y espirituales) para la vida de la Iglesia y de cada
cristiano, que no se agotan en el sentido material de las palabras. Esto lo ha
entendido muy bien la Tradición -con algunos casos de abuso de los sentidos
espirituales o místicos, como ocurrió con los alegoristas-.
c) Debe ser una lectura, Es decir,
debe tender a hacerse vida, a encarnarse en cada cristiano. Si no se transforma
en la vida del cristiano queda como letra muerta. La verdadera lectura y
meditación de la Biblia debe encender la caridad y santidad en cada corazón. Si
no nos lleva a la práctica de las virtudes, la misma lectura de la Biblia nos
condena, porque obramos contra la voluntad divina conociéndola claramente.
Por:
P. Miguel A. Fuentes, IVE.
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