Ver, pensar y actuar, para ayudar a nuestros hermanos
en esta tragedia
En la noche del jueves 7 de septiembre, un devastador terremoto de 8.2
azotó gravemente a una parte de nuestro país, causando muchos daños en Oaxaca y
Chiapas. Hay casi
un centenar de muertos, miles de viviendas devastadas, escuelas y centros de
salud derruidos. En el territorio de la diócesis, sólo tres personas
fallecieron y unas pocas casas se cayeron. Lo más visible son las fracturas
y derrumbes en numerosos templos de los siglos XVI y XVII. Va a tardar su restauración.
Ante este hecho, son muchas las reacciones. Unos indígenas de Tenejapa
me compartían que un pastor protestante les ha dicho que este sismo es una
prueba de que Dios no quiere a la Iglesia Católica, pues varios de nuestros
templos sufrieron daños. Por tanto, les pide que se cambien a su religión. ¡Qué
ignorancia! También se cayeron templos protestantes; también murieron personas
de religión evangélica. En la Costa de Chiapas y en el Istmo de Tehuantepec,
donde más se sintió el efecto devastador, hay muchos protestantes. Por tanto,
no fue un temblor selectivo de parte de Dios contra los católicos. Todos somos
pecadores, y quien diga que no lo es, comete dos pecados graves: la mentira y
el orgullo. Tampoco es una prueba del inminente fin del mundo, como otros
predicadores afirman. Los científicos explican este terremoto como el
movimiento brusco de la placa tectónica llamada de Cocos, en las playas de
Chiapas, que es parte de la falla que viene desde California. Es algo natural,
no un castigo de Dios.
Ha habido mucha solidaridad nacional e internacional, que agradecemos de
corazón. Muchas personas nos expresan su cercanía, en
oraciones y en apoyos materiales. Valoramos los servicios de las diferentes
instancias de gobierno, federal, estatal y municipal. Resaltamos el trabajo del
ejército mexicano. Muchísimos voluntarios hacen posible que las ayudas
fluyan. Sin embargo, no faltan políticos que aprovechan esta desgracia para
conseguir votos. Y muchas personas sólo se limitan a ver desde lejos el
sufrimiento ajeno, critican todo y a todos, pero ni un peso aportan para ayudar
a los que se quedaron sin nada.
Como los noticieros
televisivos publican casi sólo lo que hacen las instancias gubernamentales,
algunos se preguntan dónde está la Iglesia, pues no aparece. Esta es una de sus
grandes virtudes. Me ha tocado vivir inundaciones y otros fenómenos, y es
nuestra gente de Iglesia la primera en acudir y ayudar, pues estamos en medio
del pueblo y llegamos a donde no llega el gobierno ni la televisión. Doy
testimonio de la ayuda mutua, fraterna e inmediata, de los vecinos, de las
familias, de nuestros catequistas, de las parroquias, de Caritas y de los
agentes de pastoral, aunque no salgan en los medios informativos. Que no sepa
tu mano izquierda…
El salmo responsorial del domingo pasado, decía: Señor, que no seamos sordos a tu voz. Dios nos habla en los acontecimientos. El terremoto no es castigo de Dios, pero es una advertencia: no somos dioses, somos frágiles y en cualquier momento podemos terminar. Las cosas por las que tanto nos afanamos, como una buena casa, un vehículo nuevo, una gran televisión, etc., pasan y en un momento quedan reducidas a nada. Por ello, hay que apreciar lo que más vale: Dios, la familia, las buenas relaciones, el servicio a la comunidad. Eso no pasa, no se destruye; es o dura para siempre. Por otra parte, el Papa Francisco nos invita a hacer cuanto podamos por quienes pasan necesidad: «Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha» (Sal 34,7).
El salmo responsorial del domingo pasado, decía: Señor, que no seamos sordos a tu voz. Dios nos habla en los acontecimientos. El terremoto no es castigo de Dios, pero es una advertencia: no somos dioses, somos frágiles y en cualquier momento podemos terminar. Las cosas por las que tanto nos afanamos, como una buena casa, un vehículo nuevo, una gran televisión, etc., pasan y en un momento quedan reducidas a nada. Por ello, hay que apreciar lo que más vale: Dios, la familia, las buenas relaciones, el servicio a la comunidad. Eso no pasa, no se destruye; es o dura para siempre. Por otra parte, el Papa Francisco nos invita a hacer cuanto podamos por quienes pasan necesidad: «Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha» (Sal 34,7).
La Iglesia desde siempre ha
comprendido la importancia de esa invocación. Está muy atestiguada ya desde las
primeras páginas de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro pide que se elijan
a siete hombres «llenos de espíritu y de sabiduría», para que se encarguen de
la asistencia a los pobres. Este es sin duda uno de los primeros signos con los que la comunidad
cristiana se presentó en la escena del mundo: el servicio a los más pobres. Esto
fue posible porque comprendió que la vida de los discípulos de Jesús se tenía
que manifestar en una fraternidad y solidaridad que correspondiere a la
enseñanza principal del Maestro, que proclamó a los pobres como bienaventurados
y herederos del Reino de los cielos. «Vendían posesiones y bienes y los
repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,45). Estas palabras muestran claramente la profunda
preocupación de los primeros cristianos. El evangelista Lucas, el autor sagrado
que más espacio ha dedicado a la misericordia, describe sin retórica la
comunión de bienes en la primera comunidad. Con ello desea dirigirse a los
creyentes de cualquier generación, y por lo tanto también a nosotros, para
sostenernos en el testimonio y animarnos a actuar en favor de los más
necesitados” (Jornada mundial de los pobres, 2). afectados por este terremoto. No lo que ya no te sirve, para deshacerte de ello, sino
lo que quizá tú también necesitas, para otros que pasan más carencias que tú. pregunta
el número de cuenta de Cáritas y deposita lo que puedas, para que lo hagan
llegar en forma confiable a su destino. Y oremos por los que sufren, porque la
oración es una fuerza increíble.
Por: Mons. Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo
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