Jesús y las personas
¿Cómo actuaba frente a ellos? ¿Les obligaba a dar todo
su dinero a los necesitados? ¿Les aconsejaba lo que debían hacer con sus
posesiones?
Jesús, al invitar a renunciar a las riquezas, ¿apunta hacia la carencia, invita a ingresar en el vacío y la nada? Jesús apunta más bien a conseguir una
riqueza infinitamente mayor. Al igual que se entra desnudo en la vida, sólo se
entrará desnudo en el Reino de los cielos, pues, si desnudo se nace, desnudo se
renace. Sólo quien se ha despojado de riquezas, de ambiciones, de poderes, de
falsas ilusiones, de odios y revanchas, podrá entender mejor las riquezas del
cielo. Jesús no viene a empobrecer al hombre, pero sí a sustituir una riqueza
pasajera por la gran riqueza de Dios.
Todos los bienes materiales son regalos de Dios, nuestro
Padre. Debemos usarlos en tanto cuanto nos lleven a Él, con rectitud,
moderación, desprendimiento interior. Al mismo tiempo, son medios para llevar
una vida digna y para ayudar a los más necesitados. Lo que Jesús recrimina es
el apego a las riquezas, y el convertirlas en fin en sí mismas.
Hay expresiones de Jesús en los Evangelios bastante
desconcertantes sobre las riquezas y sobre los ricos: "Hijos, cuán difícil es entrar en el Reino de Dios para los que
confían en las riquezas. Más fácil es que pase un camello por ojo de una aguja,
que un rico entre en el reino de Dios" (Mc 10, 24). O aquella otra frase: "No podéis servir a Dios y a Mammón" (Mt 6, 24; Lc 16, 13). ¿Jesús desprecia las riquezas,
las condena? ¿Excluye de su Reino a los ricos?
Jesús ante los
bienes materiales
Jesús era una persona pobre. Nace de una familia sin grandes recursos y en condiciones pobres. Incluso no pudieron ofrecer un cordero, por falta de recursos (cf. Lc 2, 24).
No almacena bienes y sabe vivir de la Providencia de su Padre (cf. Mt 8, 20; Lc 9, 58). Es más, las cosas son para Jesús una obra del Padre. Brotaron de la mano amorosa y providente de su Padre (cf. Mt 6, 26ss).
Y cuando llama bienaventurados a los pobres (cf. Mt 5, 3),
está llamando felices a quienes son desprendidos interiormente, aquellos que
ponen toda su confianza en Dios, porque todo lo esperan de Él. Pobre es
sinónimo del que tiene el corazón vacío de ambiciones y preocupaciones; de
quienes no esperan la solución de sus problemas sino de solo Dios. Y pobreza en
la Biblia es sinónimo de hambre, de sed, de llanto, de enfermedad, trabajos y
cargas agobiantes, alma vacía, falta de apoyo humano.
Jesús era pobre en ese sentido: apoya su vida en Dios, su
Padre. Gracias a esa libertad interior, Jesús puede disfrutar de los bienes
moderada y alegremente. Es tan libre que está por encima de las apetencias,
ansiedades y vanidades. Por eso sabe gozar de las cosas y, a la vez, prescindir
de ellas para seguir su misión y su preferencia por Dios Padre. Goza de un
banquete (cf. Lc 7, 36-49; Jn 2, 1-12), pero también se priva de lo material
cuando se lo pide su misión (cf. Jn 4, 31-32). Disfruta preparando un almuerzo
a sus íntimos (cf. Jn 21, 9-12); les defiende cuando los fariseos les acusan de
arrancar espigas, pues tenían hambre (cf. Mt 12, 1-8).
Pero no vive en la miseria. Tiene su vida asegurada, pues en
el grupo de los apóstoles había una bolsa común (cf. Lc 8, 1-3; Jn 12, 6).
Compraban alimentos (Jn 4, 8) y se hacían limosnas con parte de los bienes (cf.
Jn 13, 29). Es decir, Cristo tiene bienes y los administra. Participa en
banquetes y fiestas y sabe cooperar con vino generoso en las bodas de Caná (cf.
Jn 2, 1 ss). Y estos mismos goces sanos los desea para los demás. De ahí
su hermoso y gratuito gesto de la multiplicación de los panes y peces (cf. Mt
15, 15 ss; Jn 6, 1-15).
Y, sin embargo, Cristo alcanza con su gloriosa resurrección la máxima riqueza que va a distribuir a todos (cf. Mt 28, 18). Sigue siendo pobre porque no posee las riquezas materiales, sino las de Dios.
¿Cuál fue, entonces, la postura de Jesús frente a los bienes
materiales? La enseñanza central de Cristo en lo económico es ésta:
relativización del dinero. A Jesús le interesa mucho más cómo se usa lo que se
tiene que cuánto se tiene y, sobre todo, le importa infinitamente más lo que sé "es" que lo que se
tiene. Jesús quiere dar a entender que la verdadera riqueza es la interior, la
del corazón. La riqueza material nos debe ayudar a ser ricos en generosidad,
desprendimiento y solidaridad.
Al decir que Jesús consideraba las riquezas como
relativas, no significa que Jesús fuera un adorador romántico de la pobreza, en
sentido material. No es que Jesús quiera la pobreza material, que se convierta
en miseria. No. Por eso, su mensaje es bien claro: todos somos hermanos y
debemos compartir lo que tenemos, para que nadie sufra esa pobreza material. Si
no tenemos caridad no somos nada (cf. 1 Cor 13, 1 ss).
La postura de Jesús frente a las riquezas es de una gran
libertad interior. Jesús no está apegado a ellas, no está esclavizado a ellas,
no está obsesionado por ellas. Vive la pobreza como ese desapego interior de
todo. Por eso, Jesús insiste en que lo material es perecedero y lo sobrenatural
es eterno. Así se entiende por qué no toma posición ante quien le pide juicio
sobre lo material (cf. Lc 12, 14).
La cruz descubre profundamente el valor que Jesús concede a
las cosas materiales y terrenas. Para salvar a los hombres y cumplir la misión
confiada por su Padre, dio todo cuanto tenía. Jesús en la cruz es pobre de
cosas, pero es rico en amor, perdón, misericordia, obediencia. De su costado
abierto brotó la Iglesia, los sacramentos, el regalo de su Madre.
Jesús
ante los ricos
Cuando decimos que Jesús prefiere como amigos a los pobres no
estamos diciendo que excluya a los ricos. Jesús, enemigo de toda
discriminación, no iba Él a crear una más. En realidad, Cristo es el primer
personaje de la historia que no mide a los hombres por lo económico sino por su
condición de personas.
Es un hecho que no faltan en su vida algunos amigos ricos con
los que convive con normalidad. Si al nacer eligió a los pastores como los
primeros destinatarios de la buena nueva, no rechazó, por ello, a los magos,
gente de recursos y sabia. Y si sus apóstoles eran la mayoría pescadores, no lo
era Mateo, que era rico y tenía mentalidad de tal. Y Jesús no rechaza
invitaciones a comer con los ricos; acepta la entrevista con Nicodemo, cuenta
entre sus amigos a José de Arimatea, tiene intimidad con el dueño del cenáculo,
gusta de descansar en casa de un rico, Lázaro, y, entre las mujeres que le
siguen y le ayudan en su predicación figura la esposa de un funcionario de
Herodes. Tampoco rehúsa el ser enterrado en el sepulcro de un rico.
Jesús ama a todos: pobres y ricos. Conocemos su relación con
Simón, el fariseo (cf. Lc 7, 36), y con Nicodemo, doctor de la Ley (cf. Jn 3,
1). El rico José de Arimatea es mencionado expresamente entre sus discípulos (cf. Mt 27, 57). En sus viajes le seguían "Juana, mujer de Cusa,
procurador de Herodes, Susana y otras muchas que le servían con sus bienes" (Lc 8, 3).
Por lo que podemos juzgar, sus apóstoles no pertenecían a las más bajas clases
sociales, sino como Jesús mismo, a la clase media.
Más que a las riquezas en sí o a los ricos, Jesús combate la actitud de
apego frente a esas riquezas. Jesús veía en la mayor parte de los fariseos y
saduceos, representantes de la clase rica y dirigente del país, las funestas y
alarmantes consecuencias del culto a Mammón. Lo que les impedía seguirle, manteniéndolos alejados del reino de los cielos, no era la riqueza en sí, sino
su egoísmo duro, su orgullo, su apego a ella, a sus privilegios.
Cuando Jesús llama la atención a los ricos es porque el rico,
apegado a las riquezas, no siente necesidad de nada, pues lo tiene todo y no
desea que cambien las cosas para seguir en su posición privilegiada. A quien le
falta siente nostalgia de Dios y le busca.
Es un hecho que Jesús frente al pobre y necesitado lo primero
que hacía era la liberación de su problema o dolencia, y sólo después venía la
exigencia de conversión. Mientras que, frente al bien situado y rico, lo
primero que le pedía era la exigencia de conversión y, sólo cuando esta
conversión se manifestaba en obras de amor a los demás, anunciaba la salvación
para aquella casa (cf. Lc 19, 1-10).
Por eso Jesús no condena sin más al rico, ni canoniza sin más
al pobre. Pide a todos que se pongan al servicio de los demás. Para Jesús el
verdadero valor es el servicio. Por lo mismo, la salvación del pobre no será
convertirle en rico y la del rico robarle su riqueza, sino convertir a todos en
servidores, descubrir a toda la fraternidad que cada uno ha de vivir a su
manera.
Juicio
de Jesús sobre las riquezas
No obstante lo dicho, Jesús anuncia del peligro y riesgo de
las riquezas. Aquí la palabra de Jesús no se anda con rodeos. Para Jesús la
riqueza, como vimos, no es el mal en sí, pero le falta muy poco. La idolatría
del dinero es mala porque aparta de Dios y aparta del hermano. Así se explican
las palabras de Jesús: no se puede amar y servir a Dios y a las riquezas (cf.
Mt 6, 24; Lc 16, 13); la preocupación por la riqueza casi inevitablemente ahoga
la palabra de Dios (cf. Mt 13, 22); es sinónimo de "malos deseos"
(cf. Mc 4, 19). El que atesora sólo riquezas para sí es sinónimo del condenado
(cf. Lc 12, 21). Cuando el joven rico no es capaz de seguir a Cristo es porque
está atrapado por la mucha riqueza (cf. Lc 18, 23).
La crítica de Jesús al abuso de la riqueza se basa,
efectivamente, en el poder totalizador y absorbente de ésta. La riqueza quiere
ser señora absoluta de aquél a quien posee. Por eso, Jesús pone en guardia
sobre la salvación del rico. Será difícil la salvación de aquel que haya vivido
sólo para la riqueza, de la riqueza, con la riqueza, despreocupado del amor a
Dios y al prójimo. Haría falta un verdadero milagro de Dios para que consiga la
salvación (cf. Mt 19, 23; Mc 10, 25; Lc 18, 25).
Esta es la razón por la que el rico tiene que "volver a nacer", como sucedió a Zaqueo (cf. Lc 19, 1-10); tiene que
compartir, si quiere salvarse, cosa que no hizo el rico Epulón (cf. Lc. 16,
19-31); tiene que aceptar la invitación de Dios al convite de la fraternidad y
no hacer oídos sordos, como hicieron los egoístas descorteses, que prefirieron
sus cosas y por eso no entraron en el banquete del Reino (cf. Lc 14, 15-24).¿Se salvará o no se salvará el
rico? Si abrimos san Mateo, capítulo 25, 31-46, podemos concluir lo siguiente:
Se salvará -rico o pobre- el que haya dado de comer, de beber, el que haya
consolado al enfermo, el que haya tenido piedad con sus hermanos. Y se condenará
-rico o pobre- el que haya negado lo que tiene, mucho o poco, a los demás.
Conclusión
Es un error pensar que la vida es un ascenso hacia la fortuna material para
gozar de los bienes en el más allá.
¡Qué diversos son los bienes que nos
alcanzó Cristo con su resurrección! Él nos consigue la verdad, la libertad, la
sinceridad, la comprensión, la satisfacción de no tener ansiedades, la paz, el
perdón. Y sobre todo, la riqueza de las riquezas: el cielo. Y por ese cielo es
necesario vender todo y así comprarlo (cf. Mt 13, 44-46). ¡Es la mejor inversión en vida!
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