Para llevar a Cristo a los demás es necesario una
experiencia con Él.
El pintor, pinta, el
escritor, escribe, el médico, medica. Siguiendo esta lógica podemos decir que
el evangelizador, evangeliza. ¿Esto es verdadero? ¿Realmente el que evangeliza
es un evangelizador? Para llevar a Cristo a los demás es necesario una experiencia
con Él, ya que nadie da lo que no tiene y nadie ama lo que no conoce. Ser un
auténtico evangelizador no llega de la nada, se va “cocinando” con el tiempo.
Es un constante aprendizaje del discípulo hacia el maestro. Es el fruto de una
relación cercana, de una amistad. Esa relación se ve reflejada en las obras de
los evangelizadores. ¿Cómo puedo ser un auténtico evangelizador? ¿Cómo puedo
dar testimonio al mundo de lo que creo y de lo que soy? Primero acrecienta tu
relación con el Maestro; segundo, haz un examen personal y ve si estas 7
características están reflejadas en tu vida, vas por buen camino.
Características de un
auténtico evangelizador:
1.
Una sólida fe
Fundamental. Sin fe no
podemos evangelizar. No hablo solo de la fe en Cristo, en el Padre y en el
Espíritu Santo; sino también de la fe en la Iglesia y su Magisterio. He
escuchado a algunos que dicen: «Yo evangelizo, llevó a Cristo a los demás… pero
eso del papa, como que no estoy muy de acuerdo…». ¿Cómo que no estás muy de
acuerdo? ¿Eres católico o no? Yo no debo creer solo en lo que me conviene, en
lo que me gusta; debo creer aquello que Dios me ha revelado y ha dispuesto para
mi salvación. Nuestra fe es íntegra, no puede ser una fe de supermercado donde
tomó sólo aquello que me gusta y lo demás lo dejo. Por eso el auténtico
evangelizador debe decirle al Señor: «¡Creo Señor, pero aumenta mi fe!» (Marcos
9, 24) y día a día renovar su opción por Cristo conociéndole y amándole más.
«La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que
no se ven. Por ella fueron alabados nuestros mayores. Por la fe, sabemos que el
universo fue formado por la palabra de Dios, de manera que lo que se ve
resultase de lo que no aparece… fijos los ojos en Jesús, el que inicia y
consuma la fe…» (Hebreos
11,1-3.12,2).
2.
La coherencia de vida
El Padre Pío de Pietrelcina decía: «Haz el bien, en todas partes, para
que todos puedan decir: “Este es un hijo de Cristo”». Pregúntate: ¿mis obras
reflejan a Jesús? Quienes me ven, ¿pueden decir que soy un auténtico cristiano?
(Piensa…) No pensemos que la coherencia de vida es una carga pesada,
insoportable. Al contrario, es lo que nos da la felicidad y nos anima a
continuar el buen camino que llevamos. La clave está en la humildad. En
reconocer que soy un necesitado de Dios y que él quiere necesitarme. Yo no
puedo evangelizar, no soy la luz verdadera; sino que mi misión es ser reflejo
de la Luz de Dios. Es Cristo quien vive y evangeliza en mí. La humildad hay que
pedirla a Dios, sólo así podremos ser un testimonio viviente de Jesús.
«Vino un hombre, enviado por Dios que se llamaba Juan. Éste vino como
testigo, para dar testimonio de la luz. No era él la luz, sino testigo de la
luz» (Juan 1:6-8).
3.
Mucha humildad
Desarrollo aquí la característica ya vista en el punto anterior. ¿Qué
significa ser humilde? «La humildad es
andar en verdad», decía Santa Teresa de Jesús. Y es muy cierto. No podemos
ser lo que no somos. Humildad es ser un verdadero hijo de Dios. Humildad es
reconocerme pecador. Humildad es saber que sin Dios nada, ¡nada puedo! Humildad
es no valorarme por encima de los demás, creyendo que soy mejor. La humildad
tiene un efecto práctico en la vida de todo cristiano. Se es humilde siendo
humilde, en gerundio. Y es esfuerzo también. Para mantenerme siempre humilde es
necesario que practique la humildad. Es muy importante este punto en la
Evangelización. Soy humilde cuando sé que la obra no es mía, sino de Dios.
Cuando no me apropio de nada ajeno. ¿De
quién es el Reino de Dios? ¿La Iglesia? Todo es de Dios, yo solo colaboro,
pongo mi grano de arena. Humildad siempre, esa es la actitud cristiana.
«No hagan nada por
rivalidad o vanagloria; sean, por el contrario, humildes y consideren a los
demás superiores a ustedes mismos. Que no busque cada uno su propio interés,
sino el de los demás. Tengan, pues, los sentimientos que corresponden a quienes
están unidos a Cristo Jesús» (Filipenses 2, 3-5).
4. La fidelidad en lo
pequeño
San José María Escrivá decía: «Convenceos de que ordinariamente no
encontraréis lugar para hazañas deslumbrantes, entre otras razones, porque no
suelen presentarse. En cambio, no os faltan ocasiones de demostrar a través de
lo pequeño, de lo normal, el amor que tenéis a Jesucristo» (Amigos de Dios, 8).
Así es. No podría haberlo dicho mejor. Lo normal, lo que es pequeño a nuestros
ojos puede ser una gran ocasión para ser fiel a
mi amor por el Señor. Por ejemplo: cuando estamos en el autobús podemos ceder
el asiento, cuando estamos en la fila del banco poder ceder nuestro lugar a
alguien mayor o más necesitado, cuando devolvemos el dinero de más que nos dan
al pagar las compras… todo esto son “las cosas pequeñas de la vida” que, con
amor, ¡se hacen grandes!
«El que es de fiar en
lo poco, lo es también en lo mucho. Y el que es injusto en lo poco, lo es
también en lo mucho. Pues si no fueron de fiar en los bienes de este mundo,
¿quién les confiará el verdadero bien?» (Lucas
16, 10-11).
5.
Una sólida vida
interior
¿Vida interior? Se trata sencillamente de la íntima unión con Cristo.
Una unión real, natural, personal y constante. ¿Unión con Cristo? Sí, en el
lenguaje espiritual estar unido a Cristo significa que Él esté presente siempre
en mi vida. Lo está, efectivamente, pero yo puedo acrecentar esa unión a través
de constantes diálogos con Él (oración), a través de las virtudes teologales
(fe, esperanza y caridad) y a través de la participación activa de los
sacramentos. En fin, es buscar que Dios sea parte de mi vida y hacer lo posible
para que esta relación crezca cada día más. ¡Ojo que la vida interior se puede
perder con facilidad! Sí, cuando preferimos otras cosas, cuando dejamos de ir a
misa por comodidad, cuando ya no rezamos. La vida interior no nos garantiza que
todo vaya bien, a veces es al revés, se nos dan más
ocasiones para que crezca ese amor a Dios a través de tribulaciones y pesares.
Lo importante es caminar siempre de la mano de Dios, unido a Él.
«Amen al Señor su
Dios, sigan sus caminos, cumplan sus mandamientos y permanezcan unidos a Él,
sirviéndole con todo su corazón y con toda su alma» (Josué 22, 5).
6.
¡Mucha alegría (un
santo triste es un triste santo)
La alegría es de esas cosas que se contagian fácilmente. A veces cuando
estamos tristes nos basta solo la sonrisa de otro para alegrarnos. La alegría
va más allá del momento. San Francisco de Asís nos dice: «por encima de todas
las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus
amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor
de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades», en esto
precisamente está la verdadera alegría. No somos alegres cuando no tenemos
problemas ni tristezas, sino cuando somos capaces de ver a Dios con nosotros,
que carga con nuestra cruz y nos anima a seguir. La alegría es, en síntesis, el
sabernos amados por Dios Padre Misericordioso. ¿Alguien puede aspirar a algo
mejor? No. El amor de Dios es lo más grande, por eso vivo alegre.
«Estén siempre alegres
en el Señor; les repito, estén alegres. Que todo el mundo los conozca por su
bondad. El Señor está cerca. Que nada los angustie; al contrario, en cualquier
situación presenten sus deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias» (Filipenses
4, 4-6).
7.
Formación continua (Leer
mucho, escribir)
La escuela, la universidad, el instituto, etc. son instituciones que nos
ayudan a saber. La Iglesia como Madre y maestra también nos ofrece este espacio
de formación en el ámbito cristiano, sí, le llamamos catequesis. Todo católico
por lo menos ha pasado 3 años de catequesis. ¡3 años! Y, ¿qué he aprendido? Mmmm. A veces no sabemos cómo responder
a las preguntas de nuestros hermanos separados (evangélicos). El problema es que no conocemos bien nuestra fe.
Para esto existe la formación continua. No basta con saber “algo” sobre la fe, hay que escudriñar cada vez más hondo. Conocer
la Biblia principalmente, los sacramentos, la gracia, el
perdón, el amor, etc. etc. Leer, escribir, compartir la fe, hablar de ella con
otros y crear círculos de estudio son buenas instancias para aprender siempre
sobre Cristo y sus enseñanzas.
«Así dice el Señor: Que el sabio no presuma de su sabiduría, que el
soldado no presuma de su fuerza, que el rico no presuma de su riqueza; el que
quiera presumir que presuma de esto: de conocerme y comprender que yo soy el
Señor; el que ejerce en la tierra la fidelidad, el derecho y la justicia; y me
complazco en ellas» (Jeremías 9, 22-23).
Luego de haber leído estos 7 puntos y habert e examinado, te invito a que hagas un
compromiso al Señor. Siempre es bueno, como fruto, comprometernos a algo.
Trabajar por mejorar algún defecto en mí, ser más constante en mi apostolado,
ir todos los domingos a misa prestando mucha atención, orar todos los días
media hora por la mañana o la tarde, etc. Así sabremos que lo reflexionado
tiene un impacto real en mi vida. La vida cristiana es un constante trabajo.
«El que no avanza en la vida espiritual, retrocede», porque la vida está en
constante movimiento y nosotros vamos a contracorriente. Así que ponte en
marcha y no dejes de caminar con Cristo, ayudando a tus hermanos con tu ejemplo
de vida alegre y coherente, intercediendo siempre en la oración por quienes se
encuentran más débiles en la fe y dejando que Jesús día a día vaya transformado
tu vida.
Por: H. Edgar Henriquez Carrasco
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