Hay tiempos en nuestra vida de oración en los que
parece que el Señor está lejos de nuestra presencia.
Cuando menos esperamos, las tempestades llegan. El
viento fuerte parece que nos arranca de la seguridad que antes habíamos experimentado,
pero basta una linda mañana con un cielo azul para que percibamos que la
tempestad se fue y dejó atrás de sí, un gran trabajo de reconstrucción.
Nuestra
vida espiritual pasa por ese mismo proceso. Hay momentos en que conseguimos
hacer una linda experiencia con el amor de Dios. Oramos y sentimos su presencia
a nuestro lado en muchos momentos de nuestro camino espiritual. Sin embargo,
hay tiempos en nuestra vida de oración en los que parece que el Señor está
lejos de nuestra presencia.
En el campo
de la espiritualidad, llamamos esos momentos “aridez espiritual”. Caminamos
bajo el sol ardiente de la inseguridad y buscamos un Oasis que nos sacie con el
Agua de la Vida y así nos devuelva la seguridad de antes, la cual habíamos
perdido.
Nuestra
vida espiritual y de oración no son estables, al contrario, son inestables.
Podríamos compararlas con un gráfico de curvas altas y bajas. Hay momentos en
que todo está perfecto y sentimos a Dios con todo nuestro ser. En otras
ocasiones no lo percibimos a nuestro lado.
Cuando
muchas personas entran en el proceso de enfrentar en la vida de fe, un desierto
espiritual, se desesperan. No logran comprender que la vida de oración es un
caminar constante. Somos eternos peregrinos en búsqueda de Dios.
Mirando bajo otra perspectiva, los desiertos
espirituales son importantes para nuestra vida de oración. Si nuestros momentos
de oración fuesen estables, correriamos el riesgo de acostumbrarnos y entrar en
un comodísimo espiritual, y entonces la monotonía se apoderaría de nuestro ser.
Pero cuando surge, en la vida, en un momento de aridez, tomamos conciencia de
que las dificultades son necesarias para nuestro crecimiento humano y
espiritual. Así somos obligados a desinstalarnos y salir en peregrinación en
búsqueda de aquel que puede saciar todas nuestras sedes más profundas.
Quien
enfrenta una aridez espiritual tendrá que caminar en búsqueda del oasis, en el
cual se encuentra el propio Dios. Encontrándose, redescubriremos la alegría del
encuentro. Mientras tanto, hay muchas personas que desaniman en la travesía de
los desiertos espirituales de la vida y se estacionan en medio del camino. Una
vez estacionadas, pierden el ánimo y no logran llegar a la Fuente de la Vida.
Se pierden en sí mismas y en sus propios miedos.
En la vida
de oración no experimentamos a Dios solo en los momentos buenos. El Señor
también se muestra presente cuando no sentimos su presencia con nosotros. En la
travesía del desierto, es el mismo Señor, que camina a nuestro lado, coge
nuestra mano y dice a nuestro corazón: “No tengas miedo, pues yo estoy contigo.
No necesitas mirar con desconfianza, pues soy yo, tu Dios. Yo te fortalezco, te
ayudo y te sustentó con mi diestra victoriosa” (Is 41,10).
Por: Padre Flávio Sobreiro
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