domingo, 27 de agosto de 2017

Síntomas de una aridez espiritual.


Hay tiempos en nuestra vida de oración en los que parece que el Señor está lejos de nuestra presencia.

Cuando menos esperamos, las tempestades llegan. El viento fuerte parece que nos arranca de la seguridad que antes habíamos experimentado, pero basta una linda mañana con un cielo azul para que percibamos que la tempestad se fue y dejó atrás de sí, un gran trabajo de reconstrucción.
Nuestra vida espiritual pasa por ese mismo proceso. Hay momentos en que conseguimos hacer una linda experiencia con el amor de Dios. Oramos y sentimos su presencia a nuestro lado en muchos momentos de nuestro camino espiritual. Sin embargo, hay tiempos en nuestra vida de oración en los que parece que el Señor está lejos de nuestra presencia.
En el campo de la espiritualidad, llamamos esos momentos “aridez espiritual”. Caminamos bajo el sol ardiente de la inseguridad y buscamos un Oasis que nos sacie con el Agua de la Vida y así nos devuelva la seguridad de antes, la cual habíamos perdido.
Nuestra vida espiritual y de oración no son estables, al contrario, son inestables. Podríamos compararlas con un gráfico de curvas altas y bajas. Hay momentos en que todo está perfecto y sentimos a Dios con todo nuestro ser. En otras ocasiones no lo percibimos a nuestro lado.
Cuando muchas personas entran en el proceso de enfrentar en la vida de fe, un desierto espiritual, se desesperan. No logran comprender que la vida de oración es un caminar constante. Somos eternos peregrinos en búsqueda de Dios.
Mirando bajo otra perspectiva, los desiertos espirituales son importantes para nuestra vida de oración. Si nuestros momentos de oración fuesen estables, correriamos el riesgo de acostumbrarnos y entrar en un comodísimo espiritual, y entonces la monotonía se apoderaría de nuestro ser. Pero cuando surge, en la vida, en un momento de aridez, tomamos conciencia de que las dificultades son necesarias para nuestro crecimiento humano y espiritual. Así somos obligados a desinstalarnos y salir en peregrinación en búsqueda de aquel que puede saciar todas nuestras sedes más profundas.
Quien enfrenta una aridez espiritual tendrá que caminar en búsqueda del oasis, en el cual se encuentra el propio Dios. Encontrándose, redescubriremos la alegría del encuentro. Mientras tanto, hay muchas personas que desaniman en la travesía de los desiertos espirituales de la vida y se estacionan en medio del camino. Una vez estacionadas, pierden el ánimo y no logran llegar a la Fuente de la Vida. Se pierden en sí mismas y en sus propios miedos.
En la vida de oración no experimentamos a Dios solo en los momentos buenos. El Señor también se muestra presente cuando no sentimos su presencia con nosotros. En la travesía del desierto, es el mismo Señor, que camina a nuestro lado, coge nuestra mano y dice a nuestro corazón: “No tengas miedo, pues yo estoy contigo. No necesitas mirar con desconfianza, pues soy yo, tu Dios. Yo te fortalezco, te ayudo y te sustentó con mi diestra victoriosa” (Is 41,10).







Por: Padre Flávio Sobreiro

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