Tenemos que aprender cada vez más, leer la voluntad de
Dios.
Algunos santos tienen el privilegio de tener al Señor como interlocutor
directo. Sí, ¡hablan con Dios! Un caso particular es "el mínimo y
dulce" Francisco de Asís, que, nos cuenta su historia, dialogaba con una
imagen de Cristo crucificado, en el templo de San Damián.
La Iglesia medieval de sus tiempos estaba controlada,
jerárquicamente y en buena medida, por los poderosos, quienes enviaban a sus
hijos no-primogénitos, es decir no herederos del poder terrenal, a incorporarse
al clero. Tenían suficiente poder de influencia para conseguir que cargos
eclesiásticos importantes quedaran en sus manos. Ello creaba muchos problemas a
la Iglesia para cumplir su misión, y sufría grandes peligros.
Así, nos cuenta la historia, en algún momento Jesús dijo a
Francisco de Asís. "Francisco ¡repara mi Iglesia!". ¿Qué podía hacer
un sencillo monje como Francisco, en un pequeño pueblo de Italia, para sacudir
a la Iglesia que Jesús fundó y hacerla reaccionar? Pero pudo hacerlo, Cristo le
encargó que actuará humanamente, pero con el poder divino tras él.
¡Qué encargo! Nosotros, los "simples mortales" de este siglo,
podemos también pensar que, como los profetas y muchos santos, vinimos a este
mundo para llevar a cabo alguna misión especial de Dios. A veces, toda una vida
se concreta en un solo hecho o un pequeño periodo de tiempo, en que hicieron lo
que Dios les había destinado hacer. Así, pensando en que debemos obedecer al Señor y cumplir
nuestra misión en el mundo, la que sea, pequeña o grande, humanamente
trascendente o conocida solamente en el ámbito de Dios, podemos pensar ¿no
sería bueno que el Señor me dijera qué es lo que espera de mí?
Podemos entonces ponernos frente a un crucifijo, o hasta
frente a un sagrario, en donde, bajo la especie de pan, está verdaderamente Cristo
resucitado, y preguntarle: "Señor ¿qué quieres que haga por ti y mis
hermanos los hombres?" Qué bueno sería, pero lo más probable es que el Señor no nos
lo diga de viva voz, como a Francisco de Asís. Ni siquiera como mensaje digamos
"telepático". Sin embargo, el Señor tiene maneras de presentarnos su
expectativa de vida para nosotros, sin usar palabras. A veces su manera de pedírnoslo
es un entusiasmo "espontáneo" que "nos nace", de hacer
alguna cosa por Cristo y los hombres.
Hay por supuesto ocasiones en que podemos escuchar, como
dijimos "telepáticamente", en nuestra mente, la voz de Dios, que nos
dice qué desea de nosotros en algún momento, o nos dé una señal indiscutible de
la vocación, el llamado que hace de nuestras vidas. Pero, para efectos prácticos, para la vida diaria y normal del
"ciudadano de a pie", el Señor no nos dirá directamente lo que espera
que hagamos por Él. Más bien pondrá frente a nuestros ojos, los físicos y los
del alma, situaciones que aparecen como "oportunidades" especiales
para hacer el bien.
Algo sí podemos esperar; de alguna forma, en una situación
particular, vía nuestra conciencia, Dios nos hará ver lo que desea que hagamos.
Casi siempre se tratará de hacer algo, de no quedarnos impasibles ante alguna
necesidad de otros, próximos o desconocidos, ajenos a nosotros, o ante los
ataques contra la fe. Esas "oportunidades" pueden ser casos como ver la
necesidad de un buen consejo, que esté a nuestro alcance; una limosna que dar,
tender una mano, dar una sonrisa, una alegría al entristecido. Puede ser
combatir un desastre natural, para salvar vidas y bienes. Abogar por el
inocente de la acusación injusta; defender la vida como derecho humano
primigenio. Difundir su doctrina o de alguna forma predicar su palabra. Se
trata quizá de orar, para que Él intervenga.
Yendo más lejos, en un momento de crisis, vemos que la
"oportunidad" es salvar a otro de grave peligro, arriesgando nuestra
vida en el intento. Puede ser que toda nuestra vida nos lleve a tener que
ofrecerla, en martirio, por la fe de Cristo. Pero la mayor parte de las veces no será la petición extrema de la vida.
La santidad, es decir el seguir los dictados del Señor, es una suma de pequeñas
acciones. Al repasar la trayectoria de los santos, vemos que las grandes obras
son sólo momentos en una vida sencilla de hacer cuanto pudieron por los demás.
¿Cuántos milagros hizo en la India la Madre Teresa de
Calcuta? Nunca, que se sepa, un enfermo tocado por su pequeña mano en nombre de
Dios recuperó instantáneamente la salud y se levantó del lecho gritando ¡milagro,
estoy curado! No, su vida fue una constante de ayudas al alcance de los
recursos que Dios puso en sus manos, por los más pobres y desvalidos, por los
"intocables" de la India. Pero a Teresa de Calcuta, este mundo moderno -cristiano o
no-, la calificó como "santa en vida", una santa "moderna".
Esa suma de hechos diarios por los demás, se convirtió en fuente de gracia para
que muchas mujeres siguieran su ejemplo como religiosas dedicadas a la caridad
asistencial, y mucha gente ayudará también a esos intocables de la India y a
pobres de diversas partes del mundo.
Entonces, si nos decidimos a preguntar directamente al Señor,
en un afán de entrega, en una búsqueda de nuestra misión terrena muy personal,
y le decimos: ¿Señor, qué quieres de mí, qué deseas que haga por ti? siempre,
de alguna manera, poniéndonos enfrente la necesidad de hacer algo por los demás
y hasta por un mensaje directo, lo sabremos ¡abramos ojos y oídos! Para ello, tenemos que aprender cada vez más, a
"leer" la voluntad de Dios, nuestro encargo, en los avatares de la
vida diaria. En algún momento, sabremos a ciencia cierta que Dios quiere algo
de nosotros ¡nos habrá respondido! y sólo queda entonces nuestra voluntad de
cumplir lo que desea.
Por: Salvador I. Reding Vidaña
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