No es el comer o el ayunar lo que importa: lo que hace
verdadero el ayuno es el espíritu con que se come o se ayuna.
Los criterios inmediatistas y eficientistas poco a poco han invadido
nuestra cultura. El máximo rendimiento con el mínimo esfuerzo, la inmolación
del esfuerzo, del tiempo, de valores profundos y hasta de afectos vitales en
vistas a un objetivo de corta duración que se presenta como planificarte en lo
social o económico. De esta filosofía de vida, casi aceptada universalmente, no
está exenta la vida de fe de los cristianos. Si bien la fe del discípulo se
afianza y crece en el encuentro con Jesús vivo, que llega a todos los rincones
de la vida y se nutre en la experiencia de ponerse de cara al evangelio para
vivirlo como buena noticia que ilumina el andar cotidiano, podemos correr el riesgo
de mirarlo de “reojo” y quedarnos sólo con una parte.
Hace algunos domingos, después de pronunciar el Sermón del Monte, Jesús
nos dijo “para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en los
cielos”. Frente a esta palabra tan determinante podemos conformarnos con hacer
algunas buenas obras y darnos por satisfechos. La propuesta del Señor es más
ambiciosa. Nos propone un obrar “desde la bondad” que tiene su raíz en la
fuerza del Espíritu que se derrama dinámicamente como don de amor para todo
nuestro vivir. No se trata solamente de hacer obras buenas, se trata de obrar
con bondad. Estamos en la puerta de la cuaresma y la tentación que podemos
tener es la de reducirla a ciertas buenas prácticas que finalizan en la pascua,
desperdiciando el caudal de gracia que puede significar este tiempo de
conversión para toda nuestra vida.
Nuestro ayuno cuaresmal puede ser rutinario y llegar a ser un gesto
maniqueo más que profético consistente en «cerrar la boca», porque la materia y
los alimentos son impuros: cuando el ayuno que Dios quiere es partir el propio
pan con el hambriento; privarnos no sólo de lo superfluo, sino aún de lo
necesario para ayudar a los que tienen menos; dar trabajo al que no lo tiene
curar a los que están enfermos en su cuerpo o en su espíritu; hacernos cargo de
los que sufren el azote de la droga o ayudar a prevenir la caída de tantos; el
denunciar toda injusticia; el trabajar para que tantos, especialmente chicos en
la calle, dejen de ser el paisaje habitual; el dar amor al que está solo y no
sólo al que se nos acerca.
No creamos que es el comer o el ayunar lo que importa. Lo que
hace verdadero el ayuno es el espíritu con que se come o se ayuna. Si pasar
hambre fuera una bendición, serían benditos todos los hambrientos de la tierra
y no tendríamos porqué preocuparnos. «Ningún acto de virtud puede ser grande si
de él no se saca también provecho para los otros... Así pues, por más que te
pases el día en ayunas, por más que duermas sobre el duro suelo, y comas
cenizas, y suspires continuamente, si no haces bien a otros, no haces nada grande”.
San Juan Crisóstomo
Jesús ayunó según la tradición de su pueblo, pero también
compartió la mesa de ricos y pobres, de los justos y pecadores. (Mt. ll, l9). Ayunemos desde la solidaridad concreta como manifestación visible de la
caridad de Cristo en nuestra vida. Así tiene sentido nuestro ayuno como gesto
profético y acción eficaz. Así cobra sentido nuestro ayunar para que otros no
ayunen. Ayunar es amar.
Necesitamos vivir la profundidad de no darle tanta
importancia a la comida de la que nos privamos sino a la comida que
posibilitamos a un hambriento con nuestras privaciones. Que nuestro ayuno
voluntario sea el que impida tantos ayunos obligados de los pobres. Ayunar para
que nadie tenga que ayunar a la fuerza.
Iniciando la cuaresma, benditos sean estos cuarenta días si
nos entrenan el corazón en la actitud permanente de partir y repartir nuestro
pan y nuestra vida con los más necesitados. Nuestro ayuno no puede ser dádiva
ocasional sino una invitación a crecer en la libertad por la cual
experimentamos que no es más feliz el que más tiene, sino el que más comparte
porque ha entrado en la dinámica del amor gratuito de Dios.
Estamos en un tiempo marcado por la misión, no como gesto
extraordinario sino como un modo de ser Iglesia en Buenos Aires. Cada gesto
pastoral deseamos que no se agote en sí mismo, sino que marque una brecha,
genere una actitud que permanezca. En esta línea, queremos que el gesto
solidario de cuaresma que realizamos desde hace ya varios años nos permita
rubricar el anuncio de la buena noticia, de que por el bautismo somos una
familia que siente y vive como propias las angustias y dolores de todos, y
todos los días del año.
Quiero agradecerles todo lo que
se ha podido realizar a través de los gestos solidarios de los años anteriores
y los animo a que la caridad viva sea el signo que acredite nuestras palabras
de anuncio del Reino.
Cardenal Jorge Mario Bergoglio S.J., 10 de marzo de 2011
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