Los adventistas le enseñaron a odiar a la Iglesia,
pero ella se enamoró del Santísimo y hoy es monja. Sor María Faustina tuvo que vencer la influencia que
los adventistas habían dejado en ella.
Mireily Rodríguez
Vargas es una joven puertorriqueña que cambió su nombre
por el de sor María Faustina cuando profesó sus votos como dominica en el
convento de Nuestra Señora del Rosario de Fátima en Texas (EE. UU.). Pero su vocación llegó tras una conversión dura, después
de haber estado bajo la influencia de las enseñanzas de los adventistas. Cuando
descubrió la verdad sobre la Iglesia Católica se le abrió un mundo que le
fascinó hasta tal punto que decidió entregar su vida por completo.
Fue criada en una familia católica pero no demasiado practicante y eran sus
compañeros de colegio los que le decían que la Virgen María había tenido más
hijos, hasta llegarse a convencer de ello. A los 16 años tras un duro
acontecimiento familiar aparecieron en su vida los adventistas. “Por insistencia de un
familiar, comencé a ir a clase con ellos. Al principio consistía
en contestar las preguntas de unos folletos, luego el pastor vino a darnos la
clase personalmente, creo que era una vez por semana”, recuerda.
El odio a la
Iglesia y al Papa
Después de esto, fue invitada a un taller denominado “Descubriendo la verdad” y que tenía como objetivo realizar en ella
un lavado de cerebro. Cuenta la hermana María Faustina que “trataba de cómo la
Iglesia Católica era la ‘gran ramera del Apocalipsis’ y el Santo Padre, ‘la
bestia del profeta Daniel”.
Una vez que concluyó este taller tocaba ser “bautizada” como adventista. La joven estaba muy confundida,
pero “no creía eso sobre la Iglesia Católica”. Finalmente, una amiga
suya decidió no bautizarse por lo que ella tomó la misma decisión.
Fue su abuela la que finalmente tomó cartas en el asunto y alejó a los
adventistas de su nieta y acudió a una Iglesia Católica para que pudiera
apuntarse a catecismo. Sin
embargo, el tiempo que había pasado en contacto con los adventistas había hecho
mella en ella. “Ya no
amaba a la Virgen María, a la cual tenía devoción de pequeña”, cuenta
en su testimonio. Además, añade que en ese momento “pensaba que no necesitaba
ir a la iglesia, porque un lugar de cuatro paredes con Biblia y Agua Bendita
podía ser mi cuarto”. Incluso, creía que “los cuadros, aun los no religiosos,
eran idolatría por lo que había aprendido con los adventistas sobre los 10
mandamientos.
Todo cambió con la
catequesis de adultos
Sin embargo, en 2007 logró iniciar las catequesis de adultos. “Mi vida cambió. A
través de las catequesis del sacerdote encargado, de una religiosa y todo el
equipo de catequistas que acompañaban al programa, empecé a aprender mucho, a
cuestionarme cosas sobre la fe”, relata la propia María Faustina.
Mientras tanto, su abuela seguía perseverando y acompañaba a su nieta a misa
todos los domingos, sin excepción. “Empecé a ver a Dios como un padre amoroso” y su vida
empezó a cambiar, motivo por el cual “se alejaron muchos amigos y empecé a
tener problemas con un novio que en aquel entonces tenía”.
Así llegó su primera confesión durante un Domingo de Ramos, que según
define ella misma, fue “como sacar muchos clavos de mi corazón” por lo que “me
sentí otra persona”. Y en la Vigilia Pascual llegó por fin su primera comunión, que “fue un
momento tan bello, único de sentir a mi Dios por primera vez en mí. Desde
ese día me sentí más unida a Dios, de una forma diferente. Mi forma de ver la
vida cambió, para verla un poco más sobrenatural”. Todo lo que guardaba en su
interior que aprendió con los adventistas iba desapareciendo.
Y más tarde el
descubrimiento de la Adoración
Mientras tanto, ella
seguía descubriendo fascinada la belleza de la Iglesia Católica: “En
mi vida espiritual, empezaba por aquel entonces a descubrir a Jesús en el
Sagrario y en la Exposición. Me llamaba tanto la atención ver a tanta gente
arrodillada allí que me propuse ir un día. Cuál fue mi sorpresa que, al llegar,
sentí algo que me puso de rodillas y comencé a llorar porque sentí una
presencia tan grande, tan santa y superior a mí que llenaba todo mi ser. Desde
ese día, Jesús Eucaristía fue el amor de mi vida”.
Poco después se produjo otro acontecimiento clave en la vida de esta joven pues
fue la que empezó a abrir en ella la vocación. Y es que, buscando libros
católicos, se topó un día con el diario de Santa Faustina. “Me entró la curiosidad
de ver qué escribiría una monja. Cuando comencé a leerla, me enamoró su
espiritualidad, su forma de tratar al Esposo de su alma. Me llenó
el corazón cuando leí su historia vocacional y me pregunté qué haría si Jesús
me llamara a mí también”.
"Jamás seré monja"
Esta fue la
primera vez que rondó por su cabeza la idea de la vocación a la vida religiosa. Pero
el miedo podía más por lo que intentó enterrar esos sentimientos. Pronto
también empezaron a preguntarla por si se había planteado irse a un convento
por lo que se cerró en banda y ella una y otra vez respondía que “jamás seré
monja”.
Pero la vida que llevaba no le llenaba. Ni su trabajo, ni sus amigos
conseguían llenar lo que sólo Dios podía hacer. Y de nuevo pasó por su cabeza la
idea de la vocación hasta que por fin aceptó ir a una de las charlas
vocacionales a las que antes había rechazado acudir en numerosas
ocasiones.
Lo que escuchó en aquella charla hizo mucha mella en esta joven
puertorriqueña. La misma cita de Jeremías que dice “antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía;
antes de que salieras del seno, yo te había consagrado…” la
perseguía por todos lados y aparecía en todo momento, en su música, en la
iglesia, en las lecturas que abría al azar…
Ahí se convenció de que Dios la llamaba para la vida consagrada pese a que
seguía resistiéndose. Tenía dos sueños sobre la vocación y con la ayuda de su
director espiritual pudo interpretarlos. “Soñaba que podía entrar en una congregación y me
decían que allí no era y me daban un velo negro. El sacerdote me
decía que era la Orden Dominica, pero yo me resistía”, cuenta Sor María
Faustina.
El claro mensaje
de la Virgen
Al final se encomendó a Santa Faustina y Santa Teresita para que le ayudarán a discernir su vocación además de realizar la Consagración a la Virgen
durante 33 días. “Mamá María no se hizo esperar y una mañana amanecí
con la certeza de que Dios me llamaba y que iba a entrar con las
Hermanas Dominicas de Nuestra Señora del Rosario de Fátima”.
Dios se lo puso todo muy fácil desde aquel momento y ahora ella, Sor María
Faustina, es feliz en este convento texano. “Dios ha hecho maravillas en mi vida, me ha
hecho una nueva creatura y a pesar de mis pecados y defectos hace su obra en mí
para hacerme una esposa santa para su Gloria”, concluye esta religiosa.
Por: J. Lozano
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