Meditación sobre la verdad y la hipocresía.
Al leer el Evangelio nos encontramos con un Jesús toda bondad, que acoge
a todos los pecadores, y que, sin embargo, no tolera a unos hombres con los
cuales está en lucha frontal.
Son los fariseos y los escribas, a los que llama con una
palabra que, desde Jesús, se ha convertido en uno de los vocablos más odiosos
del diccionario, como es la palabra ¡Hipócrita!...
La hipocresía es la mentira utilizada para aparecer ante los demás bueno y noble escondiendo toda la maldad que se lleva dentro.
Pero, para empezar de una manera más amable y positiva, se me
ocurre el caso bonito, que leí no hace mucho, sobre un papá que quiso formar a
su niño en la sinceridad que nos pide Jesús. El pequeño fue sorprendido en una mentira,
y el papá le dio una lección que no olvidaría nunca, de modo que después el
joven y el hombre ya no dijo jamás una falsedad.
Tomó el papá al hijito mentiroso, lo llevó delante del Crucifijo, y le dictó despacio esta oración que el niño iba repitiendo: Jesús, yo te he ofendido. Mis labios se han ensuciado con una mentira. Ven, y límpiamelos.
Las lágrimas le empezaron a correr al niño por las mejillas. Pero el papá,
sin inmutarse, tomó un trozo de algodón que aplicó a los labios de la imagen de
Jesús, lo empapó después con alcohol, se lo pasó bien por los labios a su hijo,
y le hizo seguir con la oración:
Señor, purifícame y perdóname. Haz mi corazón sincero, y que nunca salga de
mí otra mentira.
Todos estaremos conformes en dar a ese papá una cátedra de sicología y
de pedagogía en la universidad...
Jesús se encontró en su predicación de buenas a primeras con
una oposición terrible de parte de los que dominaban al pueblo: los escribas y
los fariseos.
Los fariseos, de gran influencia en el pueblo, formaban un
partido religioso-político que oprimía a la gente humilde con capa de santidad
y de fidelidad a la ley de Dios, mientras que ellos se las sabían arreglar de
mil maneras para librarse de lo que les exigía esa misma ley dada por Moisés.
Los escribas eran los intérpretes de la ley y brazo derecho
de los fariseos. Unos y otros vivían en la mentira, procedían con doblez, y
exigían con rigor insoportable la observancia de una ley que ellos no querían
guardar.
La mejor definición de los escribas y fariseos la dio el
mismo Jesús cuando los llamó sepulcros blanqueados, muy bonitos por fuera, pero
por dentro llenos de podredumbre...
Pronto vino el enfrentamiento de los escribas y fariseos con
Jesús. Era imposible entenderse la mentira con la verdad, el rigor con la
mansedumbre, la justicia despiadada con el perdón misericordioso... Y Jesús, al
denunciarlos ante el pueblo, usó siempre la expresión ¡Hipócritas!
Jesús no soportaba la hipocresía porque ésta es la
falsificación de la vida, la perversión del pensamiento, la profanación de la
palabra. Al mentir, el hipócrita quiere pensar como habla, y vivir después como
piensa, es decir, siempre en contradicción con la verdad.
El mentiroso e hipócrita se encuentra muy pronto con el rechazo total,
como le pasaba en los tiempos de Jesús al personaje más importante del mundo, a
Tiberio, el emperador de Roma. Era el dueño de todo el mundo conocido, pero al
mismo tiempo era tan mentiroso, que, como dice un escritor romano de sus días,
ya no se le creía, aunque dijera la verdad...
Aquella antipatía de Jesús con los fariseos, es la misma que
sentimos también nosotros con cualquier persona que procede con dolo.
Aguantamos toda clase de defectos en los demás, porque todos nos sentimos
débiles y sabemos ser generosos con el que cae.
Pero usamos una medida diversa con el que nos miente. No lo soportamos, y le aplicamos la sentencia de la Biblia:
La esperanza del impío hipócrita se desvanecerá.
El hipócrita y mentiroso no puede esperar nada de nadie, porque se le rechazará del todo.
Todo lo contrario le ocurre a la persona sincera. Quien dice
la verdad siempre, aunque le haya de costar un disgusto, se gana el aprecio de
todos y todos confían en ella. Es el premio del sentir, vivir y decir la verdad.
Jesucristo nos lo dijo con una sentencia bella y profunda,
cargada de mucha sicología: La verdad os hará libres. Quien nunca dice una mentira y
confiesa siempre la verdad, y vive conforme a sus convicciones, es la persona
más libre que existe. No oculta nada. Es transparente como el cristal. Y de
ella dice Jesús como de Natanael: Un israelita en quien no hay engaño. Un cristiano o una
cristiana sin doblez...
Sentimos todo lo contrario por aquel que dice y vive siempre la verdad. Ante él
nos inclinamos reverentes. Porque es todo un hombre o toda una mujer. Nos
fiamos de su palabra. Le tenemos por el ser más valiente y digno de respeto.
La verdad, como dice Jesús, le hace libre, y nos demuestra tener un corazón y
unos labios tan limpios como el niño que aún no ha dicho la primera mentira....
Por: Pedro García, misionero claretiano
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