Así
fue como Jacob trabajó siete años por Raquel; pero le parecieron unos cuantos
días, porque la amaba. Génesis 29:20
Toda
relación que no es atendida se enfría y, si no se restituye, entonces muere. Así ocurre en la
amistad, en el matrimonio y en la relación con Dios. No dedicar tiempo, no
poner atención, no renovar nuestro compromiso, no analizar el estado de
nuestras relaciones puede llevarnos a ser negligentes, o a sentirnos demasiado
cómodos, sin ningún tipo de desafío, hasta que demos por hecho lo que tenemos. Cuando una de las partes no pone interés, ni procura la comunicación, o
evita el contacto, la otra persona lo percibe, lo resiente, y se siente poco
valorada. Sin
darse cuenta, la persona que descuidó la relación romperá los vínculos y
encontrará las consecuencias muy pronto. Algunas de ellas son la
apatía, el vacío, la frialdad, la incapacidad de poder reconectarse. Sin
embargo, si la persona reconoce su falta de entrega y dedicación a la relación,
es posible que pueda empezar a hacer lo necesario por restituir y salvarla. Dios es un Dios
apasionado por nosotros, Él desea una relación profunda, verdadera, apasionada,
sobrenatural con sus hijos. “Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá
fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio y no frío o caliente, voy a
vomitarte de mi boca.” (Apocalipsis 3:15-16). Él lo dio todo por nosotros,
demostró su pasión y su amor extremo cuando entregó a su Hijo amado en rescate
nuestro: “¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Único, para que quien cree en
él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Cuando una relación ha
sido descuidada, hay dolor en ambas partes. Para restablecerla, es
necesario reconocer en qué hemos faltado, pedir perdón y restituir. Es decir,
se requiere de un cambio interior que culmine en el exterior. Un ejemplo de
esto lo vemos en el evangelio de Lucas: "Entonces todos empezaron a
criticar y a decir: ‘Se ha ido a casa de un rico que es un pecador’. Pero Zaqueo
dijo resueltamente a Jesús: ‘Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los
pobres, y a quien le haya exigido algo injustamente le devolveré cuatro veces
más’”. Lucas 19:7-8 Sin duda, este hombre había sido un pecador, pero ahora tenía una
disposición grande por hacer lo correcto delante de Dios. Jesús tuvo mucho
agrado de él, pues de su corazón surgió espontáneamente el restituir el daño. ¡Qué gran impacto debe
haber causado en aquellas personas a quienes les había estafado dinero el ver
que este hombre se los devolvía multiplicado! Me pregunto cuánto
más no estaremos dispuestos a restituir a nuestro esposo o esposa, a nuestros
hijos, a nuestros amigos más queridos, a nuestros padres, por todo aquello que
les hemos negado. Al hacerlo, ellos
reconocerán nuestros esfuerzos y nos acogerán.
En nuestra relación
con Dios, puede ser que hayamos dejado de hablarle, o no vayamos más a la
iglesia, o no leamos más su palabra... Quizá ya no ardamos en deseo por estar
en su presencia en oración, o tal vez ya nuestro corazón no sea una antorcha
que busque a quién ayudar, a quién bendecir con caridad. Tal vez oramos de
manera rutinaria o estamos viviendo una vida más bien mundana y no espiritual.
Cualquiera de estas cosas puede haber apagado la llama de nuestro amor por
Jesús, quien también está triste por sabernos lejanos. Si nos sentimos cansados, apagados, frustrados, confundidos,
desalentados, vacíos, deprimidos, preguntémonos si estamos amando al Señor y a
nuestras familias de manera apasionada, o si simplemente cumplimos con las
responsabilidades y la rutina sin un verdadero espíritu de servicio, de
entrega, de amor incondicional. Y si hemos hecho daño o hemos ofendido a Dios
con nuestras acciones, vengamos cuanto antes a restablecer nuestra relación con
Él. Pidámosle que nos reciba nuevamente y encienda la llama del primer amor en
nuestro corazón. Al igual que Jacob trabajó siete años por obtener a Raquel como esposa,
y luego otros siete, y así como la amó siempre, con una pasión eterna, amemos a nuestros seres queridos,
luchemos por ellos, trabajemos para ellos, hagamos todos los esfuerzos posibles
por demostrarles nuestro amor y no dejar que la apatía nos robe la cercanía con
ellos.
¡Oh, ¡Señor, vuelve a encender la llama de tu amor en nuestros corazones
y ayúdanos a comenzar una nueva vida en la luz de tu presencia! ¡Que tu fuego
abrasador provoque en nosotros el milagro de la reconciliación!
Por: Maleni Grider
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