¿Se aplica esto a la santidad?
En la vida algunos
nacen con "ventaja" y otros con "desventaja". ¿Se aplica esto a la santidad?
Un niño nace en una familia sana, con medios económicos adecuados, con
acceso a buena educación. Arranca con ventaja.
Otro niño nace en una familia difícil, con tensiones, con carencias
económicas e higiénicas, sin buena educación. Arranca con desventaja.
En la vida espiritual,
uno empieza en un hogar con fe, recibe una catequesis excelente, aprende desde
pequeño a rezar, a confesarse y comulgar con frecuencia. Inicia con ventaja.
Otro empieza a vivir desde experiencias difíciles, con vicios adictivos
contraídos durante la infancia, con graves pecados en la adolescencia. Inicia
con desventaja.
Se puede suponer que
el aventajado tiene mucho más fácil su vida espiritual. No tiene que erradicar
vicios limitantes. No está atado a dependencias negativas En
cambio, el desventajado apenas conoce la existencia de un Dios bueno, y si le
enseñan los mandamientos los mira como si fueran metas inalcanzables.
Las
ventajas y las desventajas son reales: cada ser humano camina desde la
situación en la que ha nacido y según las experiencias que le han marcado a lo
largo del tiempo.
Pero en la
vida espiritual entra en juego Alguien que abre horizontes insospechados: Dios,
con todo su Poder, con todo su Amor, con su misericordia inagotable.
Por eso, el corazón que se deja tocar por la acción de la gracia, que
adquiere una nueva visión desde la fe, que queda curado por el perdón, recibe
una fuerza insospechada.
Así, un perseguidor
como Saulo puede llegar a ser un apóstol entusiasta. Un amante de la gloria
humana como Ignacio funda la Compañía de Jesús. Y un niño con una infancia
destrozada como Tim Guénard se convierte en un esposo católico lleno de
esperanza.
Ventajas
y desventajas en el camino de la santidad existen y tienen su papel en la
pedagogía divina. En ella el pecado no tiene la última palabra, porque
"donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20).
Todos tenemos abiertas las puertas del Amor divino. Desde la propia
situación personal, cada uno tiene ante sí una mano tendida y una Sangre que
salva. Nadie está excluido de la misericordia.
El
Padre espera y llama a todos sus hijos con ternura y paciencia sin límites. Desde la libertad,
podemos acoger su invitación. Y entonces se produce el milagro: la fuerza se
manifiesta en la debilidad (cf. 2Co 12,9), la santidad es posible para todos.
Por: P.Fernando Pascual, L.C
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