Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los
pecados, les serán perdonados, a quien se los retuviereis, les serán retenidos
(Jn 20,22,23)
¿Cómo puedo responder a los que me
dicen que la confesión ha sido inventada por la Iglesia y por los curas?
Respuesta:
Resumo mi respuesta en tres
puntos.
I. El sacramento de la
penitencia fue instituido por el mismo Cristo
1º Así lo enseña la Iglesia al condenar
a todo el que dijere «que la penitencia en la Iglesia católica no es verdadero
y propiamente sacramento instituido por Cristo Señor» [1]. En la Sagrada
Escritura consta que Nuestro Señor Jesucristo no sólo perdonó los pecados a
muchos de los que se acercaron a Él (Zaqueo, la mujer adúltera, la pecadora de
la que expulsó siete demonios, etc. [2]) sino que confirió a la Iglesia el
poder de perdonar los pecados. En San Mateo dice a sus apóstoles: En verdad os
digo, cuanto atareis en la tierra, será atado en el cielo y cuanto desatareis
en la tierra será desatado en el cielo (Mt 18,18). En el Evangelio de San Juan:
Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán
perdonados, a quien se los retuviereis, les serán retenidos (¿Jn 20,22?23).
La Sagrada Escritura nos testimonia
también que los apóstoles y sus discípulos ejercieron este ministerio. Así, por
ejemplo, dice San Pablo: Cristo nos ha reconciliado consigo y nos ha confiado
el misterio de la reconciliación (2 Co 5,18). Por otra parte, en varios lugares
de los Hechos de los Apóstoles y de las Epístolas de San Pablo aparecen los
apóstoles ejerciendo la potestad de atar y desatar (¿cf. 1 Co 5,35; 2 Co
2,611; etc.).
La razón de esta institución es fácil de
comprender: nosotros somos pobres pecadores, y en cuanto tales necesitamos un
sacramento por el que se nos perdonen los pecados cometidos después del
bautismo.
2º Por otra parte, no puede ser una
creación de los hombres. Esto lo podemos ver por varias razones de sentido
común:
· Por la dificultad que entraña el
extender a todo el mundo, y durante tantos siglos una práctica que tanto
repugna al amor propio. Si fuera obra humana,
no habría prosperado.
· Por la oposición decidida que hubiesen
hecho los primeros cristianos si alguien hubiese querido introducir como
necesaria la confesión, de no ser ésta instituida por Cristo mismo.
· Además, ¿qué provecho material hubiesen
podido obtener los inventores de la confesión? Ninguno. Solamente trabajo
pesado e ingrato.
· Por otra parte, si los sacerdotes
hubiesen inventado la confesión, se habrían declarado a sí mismos exentos de
tal práctica (el que impone los tributos no los paga), y sin embargo, son los
primeros obligados a la práctica de confesar sus pecados.
II. La confesión de
los pecados (el decir los pecados al sacerdote) tampoco es un invento de los
sacerdotes
Alguien podría suponer que Jesucristo
sólo instituyó que los apóstoles y sus sucesores «perdonasen» los pecados, pero
no que para esto «tuviesen que escuchar en confesión los pecados de los
penitentes». Por eso debemos añadir que la «confesión de los pecados», es
decir, «la acusación del penitente de sus propios pecados ante el sacerdote
legítimo», también es de derecho divino, si bien su práctica se difundió con el
correr de los siglos [3].
·
Ante todo, la Iglesia insiste repetidamente
sobre tal necesidad; y la impone obligatoriamente a todos los hombres dotados
de uso de razón, es decir, a los posibles pecadores, al menos una vez al año [4].
«La confesión de los pecados hecha al
sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la penitencia», dice
el Catecismo [5]. El motivo es que la confesión es un juicio formal, aunque sin
fiscal ni testigos. Pero para que el juez dictamine es necesario que conozca la
causa con toda precisión; y sólo después de eso ha de absolver el juez, no
sin antes imponer la pena. Pero para proceder con rectitud a modo de juicio,
el juez necesita conocer la causa sobre la que va a dictar sentencia, y ello no
de una manera confusa y global, sino con todo detalle y precisión. Y como en
este juicio sacramental no hay fiscal ni acusador, no cabe otra solución que la
confesión explícita y directa del propio reo. Por tanto, la confesión de los
pecados es una consecuencia inevitable que brota de la institución del
sacramento por Jesucristo a modo de juicio. Es decir, está implícito en el
mismo mandato de atar y desatar los pecados dado por Cristo a los Apóstoles (cf.
Jn 20,22,23). ¿De qué otro modo podrían «atar» los pecados de uno (¡y con
consecuencias para la vida eterna!) y «desatar» los de otro? ¡Evidentemente no
puede quedar librado al capricho del sacerdote! Para poder ejercer este oficio,
el sacerdote debe saber qué pecados son, qué arrepentimiento hay y qué
propósito de enmienda tiene el penitente. ¿De qué otra manera puede cumplir
esta orden de Jesucristo sino es por propia confesión del penitente?
III. Algunas dudas que
suelen plantearse acerca de la confesión
Finalmente, no viene
mal enumerar las principales dudas u objeciones que, sobre este tema, suelen
poner personas de otras religiones a los católicos [6]:
1º ¿En qué se basan los católicos para decir que los sacerdotes pueden
perdonar los pecados?
La Iglesia Católica lee con atención toda la Biblia y acepta la
autoridad divina que Jesús dejó en manos de los Doce apóstoles y sus legítimos
sucesores. Esto ya lo expusimos más arriba. Ahora bien, los apóstoles murieron
y, como Cristo quería que ese don llegará a todas las personas de todos los
tiempos, se deduce que el poder que les dio debía ser transmisible, es decir,
que de ellos pudiera pasar a sus sucesores. Y así los sucesores de los apóstoles,
los obispos, lo delegaron a «presbíteros», o sea, a los sacerdotes. Estos
tienen hoy el poder que Jesús dio a sus apóstoles.
2º ¿Para qué decir los pecados a un sacerdote, si Jesús simplemente los
perdonaba?
Es verdad que Jesús perdonaba los pecados sin escuchar una confesión.
Pero el Maestro divino leía claramente en los corazones de la gente, y sabía
perfectamente quiénes estaban dispuestos a recibir el perdón y quiénes no.
Jesús no necesitaba la confesión de los pecados por su ciencia singular por la cual
sabía lo que hay dentro del hombre (Jn 2,25). Ahora bien, como el pecado toca a
Dios, a la comunidad y a toda la Iglesia de Cristo, por eso Jesús quería que el
camino de la reconciliación pasara por la Iglesia que está representada por sus
obispos y sacerdotes. Y como los obispos y sacerdotes no leen en los corazones
de los pecadores, es lógico que el pecador tiene que manifestar los pecados. No
basta una oración a Dios en el silencio de nuestra intimidad.
3º «Pero el sacerdote es pecador como nosotros», dicen algunos.
También los Doce
apóstoles eran pecadores y sin embargo Jesús les dio poder para perdonar
pecados. El sacerdote es humano y dice todos los días: «Yo pecador» y la
Escritura dice: Si alguien dice que no ha pecado, es un mentiroso (1Jn 1,8). El
sacerdote perdona los pecados por una sola razón: porque recibió de Jesucristo
el poder de hacerlo; no porque él sea una persona extraordinaria o porque él
mismo no tenga pecados. Además, el sacerdote concede el perdón en el nombre de
Dios Uno y Trino, y no en el propio.
4º ¿Qué otras diferencias hay entre católicos y protestantes acerca de
la confesión?
El protestante comete pecados, ora a Dios, pide perdón, y dice que Dios
lo perdona. Pero ¿cómo sabe que, efectivamente, Dios le ha perdonado? Muy
difícilmente queda seguro de haber sido perdonado. En cambio, el católico,
después de una confesión bien hecha, cuando el sacerdote levanta su mano
consagrada y le dice: «Yo te absuelvo en el nombre del Padre…», queda con plena
certeza de haber sido perdonado. Por eso decía un no católico: «Yo envidio a
los católicos. Yo cuando peco, pido perdón a Dios, pero no estoy muy seguro de
si he sido perdonado o no. En cambio, el católico queda tan seguro del perdón
que esa paz no la he visto en ninguna otra religión». En verdad, la confesión
es el mejor remedio para obtener la paz del alma.
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE
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