La muerte, así como acrecienta la alegría del hombre
bueno, incrementa el miedo del hombre ligero.
Muchos tienen miedo a la muerte. Es horrible separarse de los seres más
queridos o dejar a un lado todas las felicidades de esta vida. Separarse de los
familiares. Los mejores momentos de la vida, se esfuman. Todo lo que tienen en
su vida, ha desaparecido. Sus conocimientos no se los llevarán. Sus títulos,
quedarán colgados en las paredes. Todas sus posesiones pasarán a manos de otra
persona.
Esta es la realidad de la muerte. Es un parteaguas en la
vida. Muchos la ven como el peor de los males, otros como el gran bien deseado. Para algunos, es lo que mantiene a las personas sometidas
para que no se quejen de los males que sufren, pensando que después de esta
vida van a encontrar alguna recompensa.
Para otros todo se acaba aquí. Todo ha llegado a su fin con
la muerte. Todo lo que hayan disfrutado en esta vida es lo que vale. Son fieles
seguidores del “Carpe Diem” con una fuerte influencia de Schelling que había
dicho: “Muerte, no te debo temer, porque cuando tú estás yo no estoy, y cuando
yo estoy, tú no estás; la muerte es, así, siempre la muerte de los demás”.
También está el escollo de acostumbrarse a escuchar que han muerto
tantas personas de un atentado, otro par en un accidente, cinco fueron
asesinados en tal lugar, otros tantos han fallecido en un terremoto…
La realidad más certera del hombre, la muerte, se va
menguando de escuchar tanto acerca de ella. Pero al final, los que creen de una forma u otra, tienen
miedo a la muerte. Cuando todos están en los últimos minutos de esta vida
fugaz, el miedo llega.
Sin embargo carecen de miedo los que han vivido de una manera
positiva y entregada: de modo responsable, moralmente recto, pensando en los
demás, fieles a unos principios de vida basados en la ley natural. Para los
cristianos el camino está bien marcado en el amor concreto y diario hacía el
prójimo. Estos suelen aceptar la muerte con tranquilidad e incluso con un
cierto deseo.
Pero están los del otro lado, los que se han dedicado a vivir
con su lema de vida, “carpe diem” sin ningún principio en su vida. Su norma es
hacer lo que quieren, caiga quien caiga, aunque esté de por medio la familia,
los padres, los hijos. Todo lo hacen por el hecho de querer vivir como les
plazca.
Estos al final de su vida tienen
un miedo a la muerte que los abruma. La muerte les hace estremecerse y sentir
que algo faltaba en esta vida.
Por ello decía Antoine de Saint-Exupéry: “Únicamente seremos felices cuando
cobremos conciencia de nuestro papel, incluso aunque nos corresponda el más
oscuro. Únicamente entonces podremos vivir en paz, porque el que da un sentido
a la vida da un sentido a la muerte”.
La muerte, así como acrecienta la alegría del hombre bueno, incrementa el miedo del hombre ligero.
Siempre se está a tiempo para elegir el camino propio. Un Peregrino dijo hace más de dos mil años: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
| Fuente: Virtudes y Valores
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