La Iglesia está comprometida en la recuperación de los
adictos.
La adicción a la droga, el juego, alcohol, etc. lleva a la persona a
perder la libertad sobre su propio comportamiento, a la destrucción de la
familia y a la ruina social.
La adicción es un estado de dependencia a algo. Aunque
generalmente se refiere al alcohol, las drogas y los juegos de azar, hay muchas
otras adicciones, por ejemplo, la pornografía. El adicto adquiere un aumento de
tolerancia a la sustancia, pero también queda atado al hábito de consumo.
Experimenta una creciente dificultad para dejar la droga, sustancia o
experiencia. El miedo a los síntomas de retiro de la sustancia es el mayor
obstáculo, aún para personas que están convencidas, en el campo moral, que
debieran de superar la adicción.
Los programas de recuperación seculares ofrecen algunos
medios positivos, pero solos no pueden llegar a la raíz espiritual del
problema. El hombre es criatura y depende de Dios. Sin Dios el hombre queda
vacío y termina dependiendo de otras cosas. Sólo un retorno a Dios puede
verdaderamente liberar al hombre. El hombre sin Dios no tiene las fuerzas para
liberarse. Dios puede actuar por medio de programas seculares para ayudar a la recuperación,
pero, sin una apertura a Su gracia, el alma seguiría vacía.
El Papa Juan Pablo II intervino en el tema de la adicción en más de 360
ocasiones. Cristo ha venido a sanar al hombre cuerpo y alma. El estudio de la
adicción ha contribuido a desarrollar la teología moral católica en cuanto a
comprender la culpa subjetiva. El adicto pierde el control de su vida y
necesita insertarse en un cuerpo donde experimente el amor de Dios.
Solidaridad: esta necesidad del convivir con otros en un ambiente con
fundamentos cristianos de moral es necesario para todo ser humano. Comprender
esto ha hecho posible un mejor y más efectivo cuidado pastoral de los adictos.
El Espíritu Santo ha suscitado varios movimientos apostólicos
en la Iglesia que ministran a los adictos.
La Iglesia: Drogas y Adicción a las Drogas
El Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios abordó
la cuestión de las drogas en un manual pastoral titulado “La Iglesia: Drogas y
Adicción a las Drogas”, publicado en el 2001. Desde un punto de vista moral la
Iglesia no puede aprobar el consumo de drogas, explicaba el texto, porque
implica una renuncia injustificada a pensar, querer y actuar como personas libres. El consejo decía que los individuos no tienen el “derecho” a
abdicar de su dignidad personal o a dañarse a sí mismos. La liberalización de
las leyes que controlan las drogas advertía el consejo, corre el riesgo de
crear una clase inferior de seres humanos subdesarrollados, que dependen de las
drogas para vivir. Esto sería un abandono del deber del Estado de promover el
bien común En lugar de extender el acceso a las drogas, el manual
proponía una mayor educación que enseñe a las personas el verdadero sentido de
la vida y dé prioridad a los valores, comenzando por los valores de la vida y
el amor, iluminados por la fe. La Iglesia también propone una terapia de amor y
dedicación a las necesidades de los adictos para ayudarles a superar sus
problemas Soluciones que será difícil poner en práctica, pero que
ofrecerán un remedio acorde a la dignidad humana.
A continuación extracto de la Carta a los agentes sanitarios, 1995 del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios.
La dependencia, desde el punto de vista médico-sanitario, es
una condición de hábito a una sustancia o a un producto -como fármacos,
alcohol, estupefacientes, tabaco- por los cuales el individuo sufre una
incoercible necesidad, y cuya privación puede ocasionarle turbaciones
psicofísicas. El fenómeno de la dependencia presenta en nuestra sociedad una
creciente, preocupante y en ciertos aspectos dramática escalada. Este hecho
está en relación, por un lado, con la crisis de valores y de sentido por la cual
atraviesa la sociedad y la cultura de nuestro tiempo, por otro lado, con el
stress y las frustraciones generadas por el eficientismo, por el activismo y
por la elevada competitividad y anonimia de las interacciones sociales.
Indudablemente los males causados por la dependencia y su curación no le
pertenecen exclusivamente a la medicina. Pero de todos modos le compete una
gestión cercana preventiva y terapéutica propia.
La droga o tóxico dependencia es casi siempre la consecuencia de una
reprobable evasión de la responsabilidad, una contestación apriorística contra
la estructura social que es rechazada sin propuestas productivas de razonables
reformas, una expresión de masoquismo motivada por la carencia de valores.
Quien se droga no comprende o ha perdido el sentido y el valor de la vida, exponiéndose así a riesgos y peligros, hasta perderla: muchos casos de muerte
por sobredosis son suicidios voluntarios. El drogado adquiere una estructura
mental nihilista, prefiriendo superficialmente el nada de la muerte al todo de
la vida.
Desde la dimensión moral "el drogarse es siempre
ilícito, porque comporta una renuncia injustificada e irracional a pensar,
querer y obrar como persona libre". El juicio de ilicitud de la droga no
es un dictamen de condena al drogado. Él vive la propia situación como una
"pesante esclavitud", de la cual tiene necesidad de ser liberado. La
vía de recuperación no puede ser ni la de la culpabilidad ética ni la de la
represión legal, sino impulsar sobre todo la rehabilitación que, sin ocultar
las eventuales culpas del drogado, le favorezca la liberación y reintegración.
La desintoxicación del drogado es más que un tratamiento
médico. Por otra parte, los fármacos poco o nada pueden. La desintoxicación es
una intervención integralmente humana, orientada a "dar un significado
completo y definitivo a la existencia" y a restituirle al drogado aquella
"autoconfianza y saludable estima de sí" que le ayuden a reencontrar
el gozo de vivir. En la terapia recuperativa del tóxico dependiente es
importante "el esfuerzo de conocer a la persona y comprender su mundo
interior; conducirlo hacia el descubrimiento o al redescubrimiento de la propia
dignidad de hombre, apoyarlo para que le resuciten y crezcan, como sujeto
activo, aquellos recursos personales que la droga había sepultado, mediante una
segura reactivación de los mecanismos de la voluntad, dirigida hacia firmes y
nobles ideales".
La droga es contra la vida. "No se puede hablar de la «libertad de
drogarse» ni del «derecho a la droga», porque el ser humano no tiene la
potestad de perjudicarse a sí mismo y no puede ni debe jamás abdicar de la
dignidad personal que le viene de Dios" y menos aún tiene facultad de
hacer pagar a los otros su elección.
Alcoholismo
A diferencia de la droga, el alcohol no está deslegitimado en
sí mismo: "un uso moderado de éste como bebida no choca contra
prohibiciones morales". 200 dentro de límites razonables el vino es un
alimento. "Es condenable solamente el abuso" el alcoholismo, que crea
dependencia, obnubila la conciencia y, en la fase crónica, produce graves daños
al organismo y a la mente.
El alcohólico es un enfermo necesitado tanto de tratamiento
médico como de ayuda a nivel de solidaridad y de la psicoterapia; Por eso, se
deben poner en ejecución acciones de recuperación integralmente humana.
Tabaquismo
También para el tabaco la ilicitud ética no concierne al uso
en sí mismo, sino al abuso. Actualmente se afirma que el exceso de tabaco es
nocivo para la salud y crea dependencia, ya que induce a reducir siempre más el
umbral del abuso. El fumar crea un problema que ha de manejarse por disuasión y
prevención, desarrollándose especialmente mediante la educación sanitaria y la
información, aún de tipo publicitario.
Psicofármacos
Los psicofármacos conforman una categoría especial de
medicina tendientes a controlar agitaciones, delirios y alucinaciones o a
liberar del ansia y la depresión. 101. Para prevenir, contener y superar el riesgo de la dependencia y del
hábito, los psicofármacos están asumidos bajo control médico. "Rige la
misma instancia sobre la indicación médica de sustancias psicótropas para
aliviar en casos bien determinados sufrimientos físicos o psíquicos, aunque
también conciernen criterios de gran prudencia, para evitar peligrosas formas
de hábito y de dependencia". "Es responsabilidad de las autoridades
sanitarias, de los médicos, del personal directivo de los centros de
investigación dedicarse a reducir al mínimo estos riesgos mediante adecuadas
medidas de prevención y de información".
102. Suministrados con finalidad terapéutica y con el debido
respeto a la persona, los psicofármacos son éticamente legítimos. Rigen para
ellos las condiciones generales de licitud de la intervención curativa. En
particular, se exige el consentimiento informado y el respeto al derecho de
rechazar la terapia, teniendo en cuenta la capacidad de decisión del enfermo
mental. Como también el respeto al principio de proporcionalidad terapéutica en
la elección y suministro de estos fármacos, sobre la base de un estudio
cuidadoso de la etiología de los síntomas o de los motivos que inducen a una
persona a solicitar el fármaco. Es moralmente ilícito el uso no terapéutico y el abuso de psicofármacos
llevado al punto de ser potencializadores del funcionamiento normal o a
procurar una serenidad artificial y eufórica. Utilizados en esta forma, los
psicofármacos son semejantes a cualquier sustancia estupefaciente, por eso se
aplica para ellos los juicios éticos ya formulados respecto a la droga.
Psicología y psicoterapia
En casi toda la patología del cuerpo está ya demostrado un
componente psicológico ya sea como con-causal o como resonancia. De esto se
ocupa la medicina psicosomática, que sostiene el valor terapéutico de la
relación médico-paciente. El agente de la salud ha de esmerarse en la
interacción con el paciente, de modo tal que su sentido humanitario refuerce la
profesionalidad y la competencia y, así, éstas resulten más eficaces por su
capacidad de comprender al enfermo. El acercamiento pleno de humanidad y de
amor al enfermo, procurado por una visión integralmente humana de la enfermedad
y avalado por la fe, se inscribe en esta eficacia terapéutica de la relación
médico-enfermo. Malestares y enfermedades de orden psíquico pueden afrontarse y tratarse
con la psicoterapia. Ésta comprende una variedad de métodos que consienten que
una persona le ayude a otra a sanarse o al menos a mejorarse. La psicoterapia
es esencialmente un proceso de crecimiento para la persona, es decir, un camino
de liberación de problemas infantiles, o de conflictos pasados, y de promoción
de la capacidad de asumir identidad, rol, responsabilidad.
Como intervención curativa la psicoterapia es moralmente
aceptable; pero con el respeto a la persona del paciente, en cuya interioridad
él permite entrar. Tal respeto obliga al psicoterapeuta a no violar la
intimidad ajena sin su consentimiento y a obrar dentro de los límites que le
impone el mismo paciente. "Así como es ilícito apropiarse de los bienes de
otro o atentar contra su integridad corporal sin su aprobación, igualmente no
es tolerado entrar contra su voluntad en su mundo interior, cuales sean las
técnicas y los métodos empleados".
El mismo respeto obliga a no influenciar y forzar la voluntad del
paciente. "El psicólogo verdaderamente deseoso de buscar solo el bien del
paciente, se mostrará muy atento de respetar los límites fijados a su labor por
la moral, dado que él, por así decirlo, tiene en la mano la facultad psíquica
de un hombre, su capacidad de obrar libremente, de realizar los más elevados
valores que comportan su destino y su vocación social".
Desde el punto de vista moral las psicoterapias privilegiadas
son la logoterapia y el counselling. Pero todas son admisibles, a condición de
que sean administradas por psicoterapeutas guiados de un elevado sentido ético.
Por: Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y
María
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