Necesitar a los demás es humano, pero se vuelve
verdaderamente una gracia cuando lo reconocemos con humildad.
Cuando necesitamos
ayuda o no sabemos algo podemos sentirnos un poco apenados. Levantar la mano en
una clase para preguntar es siempre un riesgo porque te muestras vulnerable y
te expones frente a la opinión de los demás, y si alguien se ríe seguramente te
ruborizas. Vivimos en una sociedad en la que el que más sabe y puede se lleva
la admiración de los demás, sobre todo si lo alcanza solo. Como si contar con la ayuda de
los demás desacreditara nuestros logros. Pero, si lo pensamos
detenidamente nos damos cuenta de que nadie que haya sido exitoso ha llegado a
la cumbre completamente solo. Deportistas, científicos, empresarios… todos han
recibido ayuda más de una vez en su vida.
Como seres humanos, ya desde el inicio necesitamos de otras dos personas
que decidieron ser nuestros padres, y gracias a los cuales estamos aquí. Sin su
compromiso y amor no hubiéramos nacido. Llegamos al mundo muy indefensos y durante varios años
dependemos totalmente de los demás; pero conforme crecemos nuestra dependencia
de quienes nos rodean se transforma, no se acaba. Aunque nos volvemos
parcialmente autónomos físicamente cuando aprendemos a caminar, todavía
seguimos dependiendo de nuestra familia por varios años para poder desarrollarnos
plenamente; y llega un momento en que deberíamos alcanzar una sana
independencia personal. Pero
nuestro Creador nos hizo para las relaciones interpersonales, y por eso durante
la vida nos rodeamos de amistades en las que nos apoyamos y a quienes apoyamos. El hombre es el
animal político precisamente porque ofrece y pide ayuda a sus amigos.
Me di cuenta de esto
más claramente durante un período de exámenes cuando me sentía especialmente
abrumado. Me parecía que la exigencia me iba a sobrepasar, y al ver a mis
compañeros me daba la impresión de que ellos gestionaban la presión mejor que
yo. Y me daba vergüenza aceptar que en ocasiones me ahogo en un vaso de agua,
porque me gustaría ser capaz de ver la realidad siempre como es, no
distorsionada por mis preocupaciones o miedos; ser más dueño de mí. Pero comencé a entender que Dios no me creó omnisciente, ni espera de mí que caminé
por la vida solo. Él quiere que lo encuentre, y ese encuentro se
vuelve real muchas veces a través de la gente que me rodea. Porque dos cabezas
piensan mejor que una, siempre es más bonito buscar la verdad junto a un amigo,
que te escucha y te ofrece una nueva visión. Yo sólo tengo dos ojos, pero cuando comparto un problema
con alguien termino con una solución que sólo cuatro ojos habrían podido
encontrar.
Y así, ahora sé que no saber algo es una invitación a aprenderlo de
alguien; no para sentirme humillado, sino para que incluso esa experiencia sea
más humana; porque si descubrir la verdad es algo muy satisfactorio, es además
dulce cuando se la descubre con la ayuda de un amigo. Necesitar a los demás es
humano, pero se vuelve verdaderamente una gracia cuando lo reconocemos con
humildad, porque será sólo entonces cuando confiaremos en que la ayuda que me
ofrecen los demás no es un mal necesario, sino una ocasión para compartir. Es
un recordatorio de que no podemos solos, y de que no se supone que vivamos
solos.
Esto es un ejercicio que requiere
atención, práctica y humildad. No siempre lo logramos, pero creo que vale la
pena intentarlo cada día otra vez.
catolica.net
No hay comentarios.:
Publicar un comentario