Una oración sincera que un hombre homosexual eleva en nombre de todas las personas que experimentan atracción por personas del mismo sexo:
“Que tampoco diga el eunuco: “Yo no soy más que un árbol seco”. Porque así habla el Señor: A los eunucos que observen mis sábados, que
elijan lo que a mí me agrada y se mantengan firmes en mi alianza, yo
les daré en mi Casa y dentro de mis muros un monumento y un nombre más valioso
que los hijos y las hijas: les daré un nombre perpetuo, que no se borrará”. Oh
Dios. ¿Quién puede decir que te conoce? Sin embargo, tus ojos me han visto
cuando todavía no tenía forma en el vientre de mi madre. Yo quizás no te
conozco, a veces te percibo. Me acerco a ti como soy, con mis imperfecciones,
mis incoherencias, mis…sombras. Me
acerco a ti porque hoy siento vértigo. No sé cómo luchar cuando pienso en el
futuro, ¡enfrentó retos demasiado grandes! Veo los abismos de mi corazón ¿quién
podrá colmarlos Señor?
Ven
a consolar el grito de la soledad.
A
veces me parece que nado donde cubre. Es una sensación extraña, un poco como
volar, los pies y los brazos se mueven libres, sin posarse, pero enseguida se
siente un estremecimiento de miedo, cuando las fuerzas disminuyen y la
respiración se hace fatigosa. Alarga tu brazo, Señor. Dame algo a lo que
cogerme. ¡Ayúdame! Como ayudaste a Pedro. Líbrame
del miedo de no conseguirlo, de crecer, del miedo del mañana, de no ser amado,
de no encontrar el amor, del miedo de ser hombre y del miedo de los hombres.
Ven a abrazarme ahora. Necesito del abrazo de quien sabe completamente quien
soy. Necesito el abrazo que frene el flujo de mi dispersión. No
te pido que me cures, sino que realices completamente tu sueño sobre mí. ¡Hazme
soñar Señor! ¡Hazme desear, no los placeres transitorios, sino el vivir, amar,
expresarme, ser feliz! ¡Dame paz!
Tú
eres el cuerpo de amor que satisface el amor de mi cuerpo y yo, como tu
predilecto, Juan, me apoyo sobre tu corazón. ¿Puedo Jesús? Tú no tienes miedo
de la ternura de un hombre ¿verdad? En ningún pecho he encontrado la paz, he
apoyado mi cabeza sobre demasiadas rocas heladas. ¡Tú eres la Ternura! Déjame
escuchar los latidos de tu corazón. ¡Cuántos
ladrones y malhechores han entrado en mi recinto y me han asaltado! Mi viña, la
mía, no la he custodiado. Yo mismo he sido un malhechor en el corazón de otros
hombres. No me he hecho rico, sino más pobre y más hambriento. ¡Cuántos años de
carestía! ¡Entra tú en mi recinto! ¡Sólo tú! ¡Sólo tú eres el Pastor bello, el
pastor bueno y fuerte que venda mis heridas, que me nutre y me lleva en brazos!
Hazme salir del desierto apoyado en ti. Hazme oír tu voz. Mírame
Jesús. Toca Señor mis heridas: con tus dedos seca mis lágrimas, mira los
arañazos, los hematomas del alma, mira las magulladuras del desprecio, las
manchas del fracaso, las llagas de mi terquedad. Yo te miro a los ojos, Jesús.
Esos ojos que me han amado siempre, siempre. Esos ojos que han visto todo y han
sufrido conmigo. Siempre pensé que tus ojos fuesen como los del rostro descrito
por Santa Faustina, o como los que se imaginan en el rostro de la Sábana Santa.
Esa mirada la he encontrado siempre en el rostro de quien me quiere
verdaderamente. Que
yo pueda perdonar como has hecho tú conmigo: no quiero quedarme esclavo del
pasado, de los errores de mis padres, de la gente de mi edad, de quien se ha
aprovechado de mí. ¡También tu corazón está herido! Que mi corazón, como el
tuyo, sea fuente de Misericordia. Que mi sufrimiento sea fuente de consuelo
para quien tiene sed.
Lentamente
comienzo a descubrir que mis manos no están vacías, que tengo, pan y
peces, pocos, pero tengo. Señor, me he dado cuenta de esto a pesar de mí, cada
vez que, sin pretenderlo, creo que, por un impulso de mi corazón, arrancó un
trozo de mi vida y la comparto como un pedazo de pan, sucede algo contagioso a
mi alrededor. Esto no me empobrece, sino que ¡me colma hasta sorprenderme! Haz
de mi vida un don. ¡Haz de lo que soy una multiplicación! Desde
siempre tu voz me dice que soy precioso a tus ojos, que deseas mi oración, mi
canto, mi vida, mi alegría plena. Me pongo a tu disposición para encontrar
todos los corazones de los que quieres tocar, consolar, sostener. En mi
debilidad, manifiesta tu fuerza. Las
cosas de antes comienzan a desaparecer: ya no importa tanto ser seductor sino
ser completamente tuyo. Tú me has robado el corazón. Escribe mi nombre en la
palma de tu mano. Tu amor vence sobre mis muertes. Quiero ser tu caricia, para
verte en la obra y también en las vidas que me rodean, sobre todo en la de los
que me parecen más lejanos, y sin embargo están muy cerca de ti. ¡Oh, si lo
supiesen, si te sintieran! También A través de esta oración me
confío a tu madre, a mi madre. María custódiame en tu seno y condúceme a una vida
nueva. Tú eres la que surge como la aurora, bella como la luna, impresionante
como un estandarte de guerra. Tú eres la que ha creído en la Palabra y eres
bienaventurada, combate conmigo, Reina, hazme ser un soldado de la Paz y una
flor en tus manos.
¡En
nombre de todos los Elíseos del mundo!
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